Para resolver elasunto que me trae al Registro de la Propiedad de Teherán
teníamos que hablar con el oficial (ni policial ni militar, simplemente el
técnico) encargado de la sección de escrituras. Nada más entrar en la zona donde
este hombre tenía su mesa y echar un vistazo alrededor, me di cuenta de que él
era el que trabajaba. A lo largo de la estancia había media docena de mesas
destartaladas, de esas metálicas con cajones y cristal encima que ya no se ven
en ningún sitio, sin sillas delante para acomodar al visitante y sin ningún
mecanismo apreciable para pedir el turno, mesas que ocupaban unos señores que no
se habían afeitado en varios días y que tenían casi todo limpio de papeles,
carpetas y expedientes: un par quizás para salvar las apariencias. Realmente no
parecían muy ocupados. Sin embargo el hombre que nos tenía que atender tenía la
mesa más grande de todas y había montones de expedientes encima de ella,
montones! Este funcionario iba afeitado, bien parecido, en sus cincuenta con el
pelo canoso y gafas de cerca. Saltaba a la vista que era el que sabía de lo que
iba aquello.
Al entrar, había un hombre delante de su mesa y él estaba
tomando notas en un expediente que nada tenía que ver con el ciudadano que tenía
delante. Mi primo y yo nos acercamos tímidamente para dejar constancia de
nuestra presencia, sin forma de saber si había más gente esperando o no,
aguardando una indicación o instrucciones para tomar el turno o lo que hubiera
que hacer en ese sitio. Nos echó una miradita por encima de sus gafas, sin
levantar la cabeza ni dejar de escribir, y nos preguntó en aquella forma tan
educada que suelen comunicarse los iraníes con los demás que qué deseábamos. Nos
quedamos quietos y sin habla, esperando un cambio en la situación, ya que
teníamos al otro hombre delante mientras él continuaba con la cabeza agachada y
escribiendo frenéticamente. Nos echó otro vistazo por encima de las gafas y nos
dijo que no nos preocupáremos y que le contáramos lo que queríamos. Sin más
dilación, le relatamos nuestro caso. Durante nuestra conversación, el primer
hombre desapareció sin que nos diéramos cuenta de que se había marchado, y
mientras hablábamos con el funcionario se acercó un sinfín de gente, tanto
público como otros trabajadores del Registro, preguntando "aghaye mohandes"
[señor ingeniero] esto, "aghaye mohandes" lo otro, y él atendió a todo el mundo
sin ninguna alteración, dando instrucciones a unos, recepcionando documentos y
firmado recibís a otros, mandando esperar a los que no podía atender en ese
preciso momento para ocuparse un poco más adelante y continuó escribiendo y
discutiendo con nosotros entre una cosa y la otra. Con este hombre, en España
habría una drástica reducción de funcionarios.
En un momento de máxima
tensión en nuestra conversación, ya que el asunto que nos traía no era de fácil
resolución, este hombre afable interrumpió su tarea, nos miró, y nos dijo: "Hoy
estoy un poco ocupado y su caso necesita un poco más de atención, así que les
rogaría que vuelvan la semana que viene, cuando estaré más tranquilo, para que
podamos hablar". Ahí terminó la consulta y abandonamos el edificio para
emprender el trayecto de regreso, yo a mi hotel y mi primo, ya notablemente
cansado, a su casa. El periplo de regreso no era mucho más diferente que el de
la llegada, simplemente nos ahorramos un taxi y aprovechamos la caminata para
charlar sobre el resultado de la reunión y formular estrategias para la próxima
cita. Creo que había todavía más gente en los autobuses que cuando vinimos.
Quedamos que nos veríamos por la noche.
[Un amigo iraní afincado en España ha vuelto al país del que tuvo que
exiliarse tras la revolución islámica. Asuntos familiares le devuelven a la
tierra de los ayatolás y de Ahmadineyad, y desde allí me envía sus impresiones,
que, con el disfrute de su permiso, reproduzco en este blog a título personal y
con cierto retardo para evitarle al protagonista cualquier tipo de
complicación]