. Los indignados remecieron las estructuras que
sostenían el régimen de Mubarak en Egipto. Poco antes habían derrocado a Zine al Abidine Ben Alí. El 15 de Mayo sorprendieron a las
fuerzas políticas en España, tomándose las plazas. En Chile ocurre lo propio
con quienes se oponen a un megaproyecto eléctrico en la Patagonia.
Son grandes movimientos
ciudadanos que reaccionan frente a las estructuras de poder, exigiendo cambios,
respuestas concretas y, a lo menos, ser escuchados, cunado expresan su rechazo a las decisiones de los poderes
políticos o económicos. Es una expresión del “basta” y del “ya no más” que
subyace en el consciente colectivo, frente a la carencia de participación
social en los temas que involucran directamente a la vida o las convicciones de
las personas.
La sorpresa ha sido tanta
que se han transformado en fenómenos mediáticos, que irrumpen copando la agenda
de los medios, de la clase política, de la policía, de los voceros de diverso
tipo y de todos quienes tratamos de construir opinión sobre los aconteceres
humanos, con mayor o menor éxito.
Algo está pasando
concretamente, pero como todas las cosas nuevas no se perciben certezas y hay
mucho de especulación respecto a su profundidad y alcance. Nadie sabe si
arrastrarán consigo la revolución, el cambio o simplemente la frustración o la
anécdota. Los indignados de Egipto y Túnez aún no han logrado nada, y lo más
probable es que, lo que buscaron con tanto afán e incluso muertos, termine
atrapado en los vericuetos de quienes han seguido controlando el poder.
No es la primera vez que
ello ocurre. Grandes movimientos ciudadanos o revueltas de multitudes, a través
de la historia moderna han terminado en el más profundo fracaso. Hace poco más
de 40 años, el mundo pareció detenerse en el Mayo del 68, conmocionado por los
acontecimientos en París, lejos del control de los partidos tradicionales
(incluso de la izquierda más revolucionaria). No quedó nada más que la leyenda y
nada cambió en el sentido que sus actores esperaban.
Es la incertidumbre que
rodea al impulso vital de los indignados que salen a las calles hoy, contra la
carencia de trabajo, contra la falta de democracia, contra políticas
gubernamentales autoritarias, contra la ineficacia de las gestiones de los
gobierno, contra la falta de gobernanza, contra el unilateralismo de las
decisiones que afectan a todos.
Al margen de las estructuras
políticas los indignados copan la Puerta del Sol, en Madrid, pidiendo
respuestas a la falta de trabajo, denunciando la ineficacia y la corrupción, y
exigiendo cambios profundos al modelo. Lo propio ocurre con los estudiantes que,
una vez más, se levantan en Chile contra el modelo de educación, o los miles de
ciudadanos que en las calles rechazan el modelo energético que propone el actual
sistema político y económico.
¿Alguien de las
organizaciones políticas puede, sin que sea tildado de poco serio, iluso o
mitómano, reivindicar su influencia o su activismo en función de los resultados
que se advierten en las calles, con miles de personas que no reconocen
militancias ni otra subordinación que no sea a su conciencia y su libre y
espontánea indignación frente al estado de cosas existente?
Sin embargo, precisamente
allí está el drama y la incertidumbre de la irrupción de los indignados. Sin
una voluntad política coherente más allá de la protesta, sin una conducción efectiva,
sin la capacidad de ejercer un protagonismo en la solución de los problemas,
estos movimientos ciudadanos están condenados a la egiptización de los procesos. Es decir, promoverán algunos cambios
que no cambiarán nada, y las estructuras del poder terminarán por llevar el
carro hacia objetivos equidistantemente lejanos, y donde otros negociarán y
determinarán, reivindicando el esfuerzo que no hicieron y el consenso en torno
a testimonio que construyó el momento mediático de los eventos.
¿Qué digo con esto? Que hay
grandes y pequeños procesos históricos que han empezado igual que los
indignados de hoy, y que no cambiaron nada y dejaron el mito que todo lo habían
cambiado.
Para que ello no ocurra la
gran tarea es que estos movimientos tengan la capacidad de politizarse, de
construir liderazgos propios y de negociar. Sin que ello ocurra, solo quedará
el destello del voluntarismo. Es ella la trilogía del éxito y de la congruencia
entre la protesta y las metas, es lo realmente determinante para protagonizar
el cambio anhelado.
No habrá un cambio político
en el bipartidismo español, que en los hechos lo es, ni se construirá un modelo
energético distinto en Chile, ni una nueva educación, si quienes demandan el
cambio terminan desconociendo la necesidad de construir una nueva interlocución,
un nuevo liderazgo, nuevos conductores, una nueva representación política.
Los estudiantes chilenos no
validaron nuevos representantes de sus intereses, hace cuatro años, y
terminaron botando la LOCE (Ley Orgánica Constitucional de Educación, formulada
por la dictadura), pero no el modelo de educación que sostenía la mencionada
ley. Ciertamente, eran solo unos chiquillos, pero la experiencia es valedera,
ya que todos los que reivindicaron sus demandas terminaron traicionando el
propósito de ese movimiento, y me refiero precisamente a los partidos y
dirigentes que en la clase política las hicieron supuestamente suyas. Ninguna
bancada parlamentaria, ninguna directiva política, tomó la bandera de la
educación fiscal, laica y gratuita con sinceridad.
El destino del modelo
energético chileno, basado en el “dejar hacer” histórico del liberalismo
económico, no va a cambiar mientras el movimiento que lo rechaza no estructure
sus propios liderazgos y su capacidad de negociar e intervenir en el escenario
político. Las ONGs pueden construir opinión y sostener apoyo técnico, pero no
pueden desdoblarse como interlocutores frente al poder político. No tienen
votos ni representación política real. No es su rol construir liderazgo
político.
Sin liderazgos políticos
legitimados por los indignados, que conduzcan la presión dentro del escenario
político, nada pasará, salvo la evocación que se haga en el futuro, donde sus
actuales artífices, llenos de canas, seguramente reivindicarán el testimonio,
pero nunca el cambio que pudieran haber logrado.
Desde la ciudad griega hasta
hoy, los problemas de las comunidades se resuelven políticamente, y el paso de
la protesta a la interlocución política cierta, es un paso enorme, tan grande
que todos lo que promueven una idea y una protesta deben asimilarlo. Duro
decirlo, pero Twitter sirve para exponer las ideas o los estados de ánimo, y
las calles o las plazas son para manifestar la fuerza de las ideas, pero donde ellas
realmente se imponen es en los escenarios políticos, y allí no hay masas
indignadas sino que representantes de intereses específicos. Si vemos con
detención, en la clase política española o en la chilena, los indignados
sinceramente no tienen representación.
En las próximas elecciones
de España y Chile, podrá constatarse si las posibilidades de los cambios
demandados por los indignados tienen un curso específico, porque estos habrán
sido capaces de imponer sus interlocutores con un sólido respaldo electoral, o
bien será el momento de reconocer que las protestas de los indignados fueron
solo una hojarasca que se la llevó la briza de la inconstancia o se deshizo en
las hábiles manos de los actuales actores del poder real.