Frente al planteamiento de
sustentabilidad y en el marco pragmático de ser un país con mejor calidad de
vida, aparece la pregunta transversal para todos los presidenciables. ¿Cuál es
su compromiso real con el Chile de mañana? ¿Qué medidas debemos tomar hoy para
que no reciban las futuras generaciones una tierra arrasada?
Esta semana irrumpió en el debate
Alfredo Sfeir, Economista, que declaró haber trabajado por 30 años en el tema
Medio Ambiente en el Banco Mundial, candidato presidencial por el Partido
Ecologista. En diferentes entrevistas Sfeir presentó claramente su visión de
país, donde se combine crecimiento con sustentabilidad. Explicó la necesidad de
sincerar los costos del modelo extractivo que estamos viviendo, el cual
socializa los costos sociales y ambientales para vender a “precios
competitivos”, hipotecando el futuro de nuestros nietos y sus futuros nietos,
vale decir, agotando la naturaleza preciosa que tuvo Chile pero que está siendo
depredada por el cortoplacismo codicioso que apunta a ganancias máximas y
rápidas.
Frente al planteamiento de
sustentabilidad y en el marco pragmático de ser un país con mejor calidad de
vida, aparece la pregunta transversal para todos los demás
presidenciables. ¿Cuál es su compromiso real con el Chile de mañana?
¿Qué medidas debemos tomar hoy para que no reciban las futuras generaciones una
tierra arrasada?
Con la cabeza baja, calculadora en mano,
mirando los escenarios inmediatos, los políticos adolecen de esta capacidad de
pensar con criterio de Estado, avizorando nuestras debilidades y las amenazas
que acechan desde el punto de vista político, económico, geopolítico,
energético, alimentario, ambiental y social. Seguir hacia el desarrollo es
mucho más que crecer, es mejorar las condiciones de vida, emparejar la cancha
de las oportunidades, eliminar el uso de transgénicos, desconcentrar la
riqueza, fortalecer las regiones, detener el crecimiento irracional de la
megalópolis de Santiago.
Es inhumano y perverso seguir matando
tierras agrícolas para llenarlas de concreto, es inviable vivir en ciudades
colapsadas en el tráfico, contaminadas por el smog, con las personas
enfermando, con el Estado incapaz de atender la demanda de esos enfermos, en
definitiva, envileciendo la ciudad con el stress y la depresión, con las drogas
y el alcohol enseñoreándose de los barrios desprotegidos. Un cuadro que parece
ser apocalíptico y detonante de erupciones sociales insospechadas. La caldera
no resiste más presión, es preciso un Estado que sea capaz de fijar políticas
públicas que reorienten al país hacia senderos de humanidad y soberanía
económica.
La dependencia de lo global nos ha
enclavado en lo extractivo, exportando materias primas que compra
principalmente el imperio chino y esto es frágil. Necesariamente se debe ampliar
la plataforma productiva, generar más innovación, inteligencia y emprendedores
jóvenes que generen empresas nacionales, muchas pymes que agreguen valor a los
productos. Países como Brasil han buscado precisamente este equilibrio entre su
economía interna y los espacios globales, sin escatimar en protección y
subsidios a sus empresas emergentes, colocando reglas claras a las
multinacionales. Es un camino sinuoso que se debe caminar con consensos de
largo plazo. Se debe reformar, corregir o reemplazar la institucionalidad, pero
el sentido común marca que debe haber cordura para lograr esas reformas, sin
debilitar al Estado en el contexto de sus vecinos y el mundo. Hay que
desmantelar mentiras instaladas por el stablishment, como aquélla que dice que
si suben los impuestos o el royalty las empresas internacionales se irían de
Chile. Si se piensa en sustentabilidad, se les debe cobrar los costos ocultos
que nos cargan a los chilenos actuales y las generaciones venideras.
Alfredo Sfeir ha provocado esta conversación
transversal y nadie se ha atrevido hasta ahora a descalificarlo como talibán
ambiental. Él ha invitado a escuchar qué país queremos los chilenos. Se
aprecian coincidencias con Franco Parisi que en materia energética ha dicho no
Hidroaysén y ha propiciado las estaciones de pasada y las energías renovables.
Ideas muy parecidas en materia de cambios, pero expresadas en este caso desde
la academia y la juventud. Del mismo modo, Tomás Jocelyn Holt, Marcel
Claude y Marco Enríquez Ominami, muestran coincidencias de diagnóstico y
coinciden en una visión de humanismo y progreso social centrado en las
personas.
¿Sería posible resignar pretensiones
personales o partidarias y sentarse a conversar? ¿Podría haber vasos
comunicantes para construir una tercera posición para noviembre, generando
gobernabilidad? ¿Habría espacio para conversar una alianza que canalice las
energías hacia un único candidato presidencial tercerista que tenga opción real
de pasar a segunda vuelta?
Lo que digo es muy difícil si entendemos
que los poderes fácticos practican el dividir para reinar. El punto, por
lo mismo, puede sonar utópico, pero, si se piensa en grande, si se piensa en
largo plazo, aprecio que habría voluntades dispersas que pueden mejorar la
política y legitimar la institucionalidad, sin traumas, con una mayoría que se
concentre en el futuro, sin lastres del pasado, y que demuele a través del
sufragio el binominalismo. De esa alianza tercerista bien
podría surgir una bancada parlamentaria – y para esto hay tiempo aún- que
permita realizar los cambios con un consenso básico: generar país
pensando en nuestros nietos.