. Una Ley del Suelo, la de
1998, que fue entregada en bandeja a los especuladores por el gobierno del
presidente Aznar, provocando justo el efecto contrario que dijeron iba a tener:
en vez de bajar los precios de la vivienda, las subidas fueron exponenciales al
negocio que estaba produciendo; una interpretación muy laxa de las leyes
medioambientales para facilitar la especulación inmobiliaria en cualquier lugar
del país; unos Ayuntamientos que vieron el cielo abierto para resarcir su
déficit financiero histórico alimentando la burbuja inmobiliaria; unos
gobiernos que han convertido al ladrillo en la mayor fuente de ingresos de las
arcas del Estado, olvidando su responsabilidad de procurar una vivienda digna a
todos los españoles, al plegarse a los intereses del gran capital; unos bancos que
se han frotado las manos con la concesión desmesurada de créditos y préstamos,
sin el rigor necesario, ni en el estudio del riesgo, ni la situación de sus balances, que veían como
se iban desequilibrando conforme la brecha entre el pasivo y el activo
aumentaba, a la par que su deuda con la gran banca internacional aumentaba
hasta la asfixia actual.
El negocio
de la banca, valedora de todos y cada uno de los gobiernos que han sido desde
que tenemos democracia y, por tanto, la niña bonita intocable por cualquier Ley
que pudiera menguar sus intereses, estaba servido. El esquema es fácil: como
nadie me lo va a impedir voy a alimentar con miles de millones de euros la
burbuja inmobiliaria, sin control, utilizando a los clientes como un mero
objeto de beneficio intercambiable como si de cromos se tratase (titulación de
las hipotecas), en una borrachera del beneficio sin fin. A ello han
contribuido, como nadie, unos directivos bancarios que han ganado sueldos
millonarios por el sistema de bonus (salario variable por cumplimiento de
objetivos) a los que lo único que les importaba era cumplir esos objetivos, sin
detenerse a calcular los riesgos de sus decisiones e instrucciones a la red de
oficinas de sus bancos. Este absurdo ha llevado, por ejemplo, a traspasar
pasivo a la vista (el que está en
cuentas corrientes y cartillas de ahorro) a plazos fijos, dinero mucho más caro
y lesivo para la cuenta de resultados, porque la política del banco era hacer
plazos fijos, y el directivo tenía que cumplir sus objetivos para cobrar el
bonus. Pero no se preocupen ustedes, en el año 2008, en una entidad bancaria de
las nacionalizadas, en el mes de mayo, ante la imposibilidad de cumplir los
objetivos puestos meses antes, se rebajaron estos para que los directivos no
tuvieran pérdida en su salario variable.
Las
directrices que los grandes ejecutivos de la banca transmitían a su red iban
siempre en la misma dirección: el cumplimiento de objetivos sin miramientos en
daños colaterales. Para ello en los años de bonanza y expansión de la burbuja
inmobiliaria, había que hacer préstamos hipotecarios a toda costa; las oficinas
tenían un mínimo diario: cuatro, cinco, siete, los que estuvieran marcados como
objetivo. Para ello se incumplían todos los principios básicos del análisis del
riesgo que son preceptivos para dar un préstamo: tasaciones infladas, índices
de endeudamiento que se calculaban sumando los ingresos en blanco y en negro del
hipotecado, son algunos ejemplos. Pero lo más era la captación de negocio a
través de las sociedades de refinanciación de deuda, que aportaban clientes de
muy baja calidad financiera (quien acude a una sociedad de estas es porque
tiene graves problemas para pagar su deudas), pero que se llevaban una comisión
imputable al hipotecado en torno a los 6.000 €.
Un buen negocio.
¿Por qué
tanta ansia en dar préstamos hipotecarios? Al margen de los bonus de los
directivos y de un sistema financiero internacional entregado a la especulación
desaforada que proporcionara beneficios rápidos y abundantes; o de los grandes
bancos europeos que han hecho su agosto prestando a los bancos españoles lo que
no tenían, para continuar inflando la burbuja, la banca española tenía que dar
muchos préstamos para asegurar la gran inversión en suelo y promociones
inmobiliarias que enrojecían su balance.
Hasta que
llegó la crisis y el dinero de fuera se cortó y los bancos se encontraron
descapitalizados y con una inversión descontrolada en ladrillo. Entonces el
Banco de España, que venía controlando, supuestamente, los balances de muchos
bancos y cajas mensualmente, porque sabía del peligro en el que se movía la
banca española, pero que nunca hizo intención de cortar, ni recibió instrucciones
de las autoridades económicas de hacerlo, inicia una política de destrucción
del sistema financiero español, auspiciado por los grandes bancos, que llevan
años presionando para quedarse con el negocio de las cajas, que ya supone más
del 50% de la tarta, y empieza a tomar decisiones contradictorias, encaminadas
a asfixiar a las cajas de ahorro, con los cambiantes ratios de capital, que
obliga a estas entidades a buscar dinero con métodos muy facinerosos, como el
gran engaño de las preferentes o las obligaciones subordinadas, que han
acabado, gracias a la avaricia de un engranaje que se ha alimentado de medias
verdades, abusos de confianza y permisividad del Banco de España, con los ahorros de miles de personas.
Las vueltas
de tuerca sobre las cajas de ahorro tenían como fin agruparlas en fusiones que
redujeran su número, para ser vendidas con mayor facilidad a los grandes
bancos, que se encontraban al borde del sueño anhelado de liquidar a su más
temido competidor. Otra operación que ha sido un fracaso del Banco de España al
permitir que se hicieran fusiones contranatura, o con intereses políticos de
crear grandes cajas, convertibles en bancos, a las que manejar desde Génova,
como contrapoder económico al gobierno socialista, que, todo sea dicho, tampoco
hizo mucho por evitarlo.
La
conclusión de esta gran estafa es la quiebra del sistema bancario español
(aquel que nos vendieron como el más seguro del mundo); la monopolización del
sistema financiero en pocas manos; la pérdida de la obra social de las cajas de
ahorro; la ruina de miles de ahorradores y la criminalización de los que están
siendo desahuciados de sus casas, por unas leyes injustas y obsoletas, al ver
como su empleos se pierden entre las costuras de una crisis que ellos no han
provocado. El pozo sin fondo en que se ha convertido la banca que está
engullendo todas las ayudas europeas que podrían ir a preservar el estado de
bienestar y la ausencia de crédito para las empresas que está provocando paro y
un gran drama social, sin que nadie en el gobierno se plantee utilizar la banca
nacionalizada como banca pública que restituya el flujo monetario entre las
empresas, son también parte de esta gran estafa.