Leo por ahí un estudio que habla de un leve aumento en el número de matrimonios. La mera convivencia iría a la baja y se daría un aumento del vínculo matrimonial estable, sea civil o religioso. Me alegra. Una tímida tendencia que espero no solo se mantenga en el tiempo, sino que redunde en un positivo crecimiento. Luego de los lustros grises para el matrimonio como fueron los del primer decenio de este siglo, pareciera brotar una suerte de primavera para la vida matrimonial. Es de esperar que se mantenga. Pero hay una pregunta que sigue rondando, a pesar de las cuentas alegres ¿Por qué la gente no se casa? En mis modestas observaciones, noto que las nuevas generaciones se entrampan demasiado en aspectos económicos, validos, pero no tanto como para dilatar una decisión como ésta. Quieren partir con “casa puesta”. Y no solo la casa: auto, viajes, mobiliario, etc. Y hasta que todo eso se tiene, puede pasar mucho tiempo. Una lástima que todo ello sea tan gravitante en las decisiones afectivas. Aconsejo comenzar juntos, con un vínculo estable y luego, poco a poco, ir reuniendo todo lo necesario para vivir. De hecho, la experiencia demuestra que un vínculo estable permite aventurarse y planear con mayor holgura y a más largo aliento, por la misma seguridad que ese vínculo regala. Como segunda dificultad para embarcarse en una aventura matrimonial definitiva, se encuentra un cierto temor al compromiso definitivo. Muchos alegan “igual los casados se separan”. Puede ser. Pero en menor medida que aquellos que solo conviven. De hecho, de estos segundos no tenemos datos, ya que no puede haberlos, dada la volatilidad y evidente fragilidad de su relación. El vínculo estable del compromiso matrimonial civil o religioso, regala una certeza indudable, seguridad y posibilidad de planear a largo aliento que una convivencia de simple acuerdo no regalará nunca.