Concursante (Rodrigo Cortés, 2006) es una película que me desconcierta. De esas pocas que, una vez acabada la proyección, dudo entre aprobarla o suspenderla. Un bicéfalo ejercicio fílmico que atesora tantas virtudes como defectos. Como tiendo a subrayar más lo primero que lo segundo, de entrada diré que es una opera prima por encima de la media; al primer largometraje del hasta entonces cortometrajista Cortés sorprende por su arrojo visual y por las buenas intenciones que deja asomar su potente idea de partida, la cual, y aquí viene lo malo, no está lo bien desarrolla como cabría esperar. Éste es un fenómeno, el de no saber llevar a buen puerto una sinopsis que vale su peso en oro, que más tarde repetiría en la irregular Luces Rojas (2012), no así en la magistral Buried (2010). Concursante aspira a constituir una sátira de la sociedad actual a través del relato de un hombre premiado con el mayor premio de la historia de la televisión: 3 millones de € o, lo que viene a ser lo mismo, 500 millones de las antiguas pesetas. Objetivo que el film sólo consigue a medias: falta mucha mala baba para que la película pueda ser definida como todo lo mordaz o hiriente que pretende ser.