.periodistadigital.com/religion/vaticano/2013/05/21/francisco-la-crisis-es-resultado-del-capitalismo-salvaje-iglesia-religion-papa-obispo-madre-teresa.shtml" target="blank">sistema capitalista la causa de la crisis actual, no por
una mala praxis del modelo, sino por una maldad intrínseca, ha armado un
pequeño revuelo en algunos sectores. Pero, como siempre, los críticos con el
capitalismo no hacen mucho caso a la Iglesia y los católicos no se toman en
serio esta crítica, pensando que al fin la Iglesia está del lado de la libertad
económica del orden liberal y que lo que en realidad quiere decir el papa es
que hay quien se porta mal y hace lo que no debe. Creo que esta última
interpretación es un error de percepción. Los gestos y las palabras de
Francisco han cambiado esta realidad y ya no es posible interpretar de esta
guisa al papa. Con Juan Pablo II y con Benedicto XVI aun era posible; con
Francisco no lo es.
La crítica de Centessimus annus al
capitalismo iba a la esencia del mismo: la búsqueda del lucro sin más
miramientos. La crítica de Benedicto XVI, en Caritas in veritate,
apenas rozaba la superficie, aunque es cierto que documentos menores
posteriores han profundizado en una crítica de la esencia perversa del
capitalismo, sin llegar a tocar el fondo problemático. Sin embargo, Francisco
ya ha marcado una línea roja frente al capitalismo, una línea que supone
ponerlo en su lugar y evitar ese contubernio de algunos grupos católicos que
afirman la supuesta bondad, no solo instrumental, también esencial, del modelo
capitalista. Si leemos bien a Francisco vemos que el capitalismo es
perverso por negar la dimensión fundamental del mundo creado y del hombre: el
don. La Creación es un don para que el hombre lo cuide y el propio
hombre es un don que debe ser respetado. El capitalismo destruye esta
lógica de la Gracia y convierte la Creación y al propio ser humano en un
instrumento al servicio de la creación de lucro a toda costa, destruyendo
la realidad creado por Dios. El capitalismo es, en esencia, diabólico,
es decir, separa a los hombres de Dios y destruye la lógica de la Gracia y el
orden del don en el ser. Por eso debe ser combatido con todas las energías del
cristianismo.
Se anuncia encíclica sobre la
pobreza, Beati pauperes, de la que esperamos que la pobreza se
sitúe no como un valor moral sino como un valor político. Debería
quedar claro que la civilización de la riqueza ha fracasado, que la
riqueza solo produce exclusión y que lo que hay que combatir no es la
pobreza, sino la riqueza. Una civilización verdaderamente humana es una
civilización que vive dentro de la lógica de la Gracia y el don que llevan a la
pobreza asumida como la voluntad de Dios para el mundo. La pobreza
salvará al mundo y nos devolverá la esencia cristiana de la existencia humana:
la entrega por los demás. En mi último libro, No podéis servir a dos amos. Crisis del mundo, crisis en la Iglesia,
realzo una crítica substancial al error de aceptar el capitalismo de forma
instrumental por parte de Caritas in veritate. Dejo aquí el texto
correspondiente a las páginas 72 y 73 del mismo para que pueda cotejarse esta
idea que está naciendo en el pensamiento del actual papa.
Como decíamos en
el inicio de esta lectura de Caritas in veritate, la encíclica ha
llevado a cabo una forclusión del término Capitalismo, no se trata de que se
corrija una percepción inapropiada de la sociedad como es el Capitalismo, sino
que el término ha desaparecido del discurso, pero la realidad sigue estando
ahí, tozuda como siempre, para imponerse y cobrarse sus reales. No por no
citarlo el Capitalismo dejará de ser el sistema económico, social y político
que gobierna y rige los destinos de, ahora sí, toda la humanidad. No basta con
culpar a la razón oscurecida del hombre, ni a la pérdida de los fundamentos
éticos de los inversores, ni a la confusión entre fines y medios, ni a la
perversión de la moral moderna. No, no se trata de malas aplicaciones
de correctas recetas económicas, se trata de que el Capitalismo es en sí mismo
un sistema perverso de organización social, no es el orden natural de las
cosas, ni mucho menos querido por Dios. El Capitalismo es la explanación social
del famoso seréis como dioses, tras estas palabras la humanidad quedó prendada
en su corazón y en su acción, convirtiendo todo lo posible en beneficio y
lucros, sin atender a las consecuencias naturales y humanas de tal aplicación.
Como dijera Kafka, el Capitalismo es un estado del mundo y un estado del alma.
El ser humano, desde el advenimiento de la Modernidad capitalista, y más
específicamente desde la configuración del orden monopolístico capitalista,
cuyo fruto último es la Globalización, ha perdido su capacidad para ser lo que
varios millones de años de evolución consiguieron: un ser humano concreto.
Desde el advenimiento de la Postmodernidad globalizada capitalista, la
humanidad ha entrado en un periodo de pérdida de su ser y de destrucción del
medio de vida y de la humanidad misma de los hombres.
El actual estado
de crisis sistémica capitalista, como lo explican los analistas serios, no así
los estipendiados por el modelo económico capitalista, no se ha debido a una
mala aplicación del modelo, ni a la razón oscurecida del hombre, ni siquiera a
la sola avaricia de unos cuantos; la crisis sistémica depende de la
lógica propia del sistema capitalista: se trata de un sistema económico de
destrucción generalizada, no de intercambio generalizado, es un sistema que
necesita convertirlo todo en capital, es decir, necesita destruirlo todo al
transformarlo en beneficio objetivo. El Capitalismo es el mayor crimen que se
ha cometido contra la humanidad y no podemos contemporizar con este mal que
está destruyendo a la humanidad.
Esta encíclica es
un acto fallido, y será necesario reconducir otra vez la doctrina social hacia la línea
que desde el Concilio Vaticano II nos llevaba, tortuosamente, hasta Centessimus
annus. A menos que aceptemos la Kehre que esta encíclica
supone respecto a la doctrina precedente. El giro ha sido brutal, pues de
criticar el Capitalismo hemos pasado, no sólo a aceptarlo, sino a considerarlo
como natural al hombre y al mundo, mediante el proceso de no cuestionarlo, de
ni siquiera nombrarlo. Esta forclusión del término, por la cual ya no se habla
de ello porque se presupone como lo lícito, es un gran motivo de riesgo para el
cristianismo en los tiempos que corren. De la misma manera que el agustinismo
modeló el cristianismo durante el milenio que siguió a su formulación, este
neoagustinismo puede suponer la desaparición del último reducto de lo que hemos
entendido en los años posteriores al Concilio como catolicismo, haciéndose
necesaria una reformulación completa del mismo. Si no ayudamos a reconducir
esta Kehre de la doctrina social, podemos vernos en la
necesidad de plantear el grave problema del ser eclesial al nivel más alto y
más grave posible. Las consecuencias pueden ser importantes, aunque estamos
convencidos de que las puertas del abismo no prevalecerán.
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