. Eso, al margen, de sus generosas donaciones para las campañas
electorales de los grandes partidos estadounidenses. Necesitan la complicidad
de los políticos en unos tiempos en que la conciencia ecológica es cada vez
mayor, y una parte importante de la sociedad es ya partidaria de las energías
renovables. Pero además, según la teoría del “Pico de Hubbert”, después del año
2010, la producción de petróleo caerá en picado, llegando a mínimos a partir
del año 2100. No es de extrañar, entonces, que los gobiernos del mundo, estén
haciendo la vista gorda ante la desmesurada subida de precios de gasolinas y
gasóleos, que ya ni siquiera se corresponden con el precio del barril de
petróleo; según un informe publicado por la Comisión Nacional de Energía,
mientras el precio del barril de petróleo ha bajado un 6% en lo que va de año,
la gasolineras han aumentado sus beneficios en un 31%. El caso es que las compañías petrolíferas
sigan engordando su cuenta de resultados y retroalimentando un sistema político
que subsiste gracias, en parte, a las enormes cantidades de dinero que éstas
ponen a su disposición. En definitiva están ejerciendo de contrapoder
democrático, al tener subsidiada a la clase política, sobre todo de los grandes
partidos que en el mundo occidental gestionan el poder.
Esta
necesidad de encontrar nuevos yacimientos de hidrocarburos (petróleo y gas),
que les asegure controlar el mercado energético unos años más, les ha llevado a
explorar nuevas técnicas de sondeo, cada vez más lesivas para el medio ambiente
y la sostenibilidad del planeta y su población. Una de estas técnicas es el hydraulic
fracking, para ser más coloquiales: fracking.
Método que consiste en fracturar la roca, debajo de la cual, supuestamente, se
esconde gas y petróleo a profundidades que pueden oscilar entre los 1.000 y
3.000 metros, con ingentes cantidades de agua, arena y productos químicos, que
a pesar de que el lobby petrolífero quiera presentarlo como inocuo para la
salud de las personas y el medio ambiente, levante demasiadas dudas, en cuanto
a qué efecto puede tener en la geología del terreno las explosiones que se han
de llevar a cabo; cuánta agua es necesaria y si el uso en grandes cantidades de
ésta va a afectar al abastecimiento de la población, la agricultura y la
industria; qué productos químicos se van a utilizar y qué efectos pueden tener
sobre las personas, al contaminarse los acuíferos y el aire; o si es rentable desde el punto de vista de la
sostenibilidad económica de los territorios donde se va a efectuar. Hay muchas
preguntas que no se están respondiendo o se contestan a medias por la industria.
Una industria poco creíble, a la que poco o nada le han importado los efectos
medioambientales y sociales que su negocio haya podido tener.
Pero
además, está el problema de la clase política, que en muchos lugares con
discursos torticeros, demagógicos e impostados, no van a poner ningún reparo al
fraking. El historiador Josep Fontana
escribe en su libro “El futuro es un país extraño” lo siguiente: “En estos momentos en que sus intereses (los
de las petroleras) se dirigen a la
obtención de gas y petróleo por el procedimiento del fracking, potencialmente
peligroso desde un punto de vista ecológico, la tolerancia de los políticos,
vital para la industria, parece totalmente asegurada”. Se refiere en estas
líneas a los Estados Unidos, pero ¿quién garantiza que no son válidas para
España? Difícil saberlo, cuando, a pesar de que en algunas Comunidades
Autónomas y Ayuntamientos inicialmente
se han opuesto a esta técnica, la influencia de la industria petrolera es
grande y la voluntad de las direcciones de las grandes formaciones políticas
débil e impresionable.
No
parece que en la Comunidad Valenciana vaya a tener ningún problema el fracking, con una clase política
absolutamente entregada a todo aquello que pueda ingresar un euro en las arcas
autonómicas, o permitir hacer un poco de
demagogia electoral. El propio José Císcar, vicepresidente del consell
valenciano, ya se ha encargado de tirar balones fuera, autorizando las catas
prospectivas, dejando para un futuro posterior la decisión final, que seguro
estará ligada a la política que marque el gobierno en este sentido, y el
ministro de Industria, José Manuel Soria,
ya se ha mostrado favorable a esta técnica. Más allá ha llegado el presidente
de la Diputación de Castellón, Javier Moliner en su apoyo entusiasta y
demagógico: “No será esta provincia el único territorio del mundo que se
niegue a saber si bajo tierra tiene riqueza para su futuro, no mientras yo la
dirija”.
Así las cosas, lo que habría que
preguntarse es si realmente el fracking
es necesario para la sostenibilidad energética, o representa un nueva tuerca de
la industria con el único fin de aumentar sus beneficios. Quizá deberíamos
profundizar un poco más en el debate y, más allá de los problemas específicos
que hemos apuntado arriba, ver que lo que está en juego es el modelo energético
del futuro. Si queremos apostar por un modelo de energías limpias, no
dependientes de terceros y renovables, respetuosas con un modelo económico
basado en la sostenibilidad, o preferimos seguir apostando por el modelo
energético basado en los hidrocarburos, que está provocando el cambio
climático, dependiente de los interese de los grandes corporaciones
petrolíferas, en connivencia con los Estados y su clase política. Esa es la
cuestión que la sociedad debe plantearse a corto plazo, pues el tiempo para
rectificar, si así se quiere, es cada vez menor, desde el punto de vista del
medioambiente. Pero también supone un sistema renovado de relaciones políticas
en donde la democracia no esté secuestrada por una clase política, como la
actual, vendida a las grandes multinacionales y sus intereses depredadores.
Optar por un bienestar sostenible que acabe con la desigualdad y el abuso. Como
dice el profesor Fontana en su libro ya mencionado: “…el sistema capitalista parece consolidado en su variante más
depredadora actual, gracias a que la propia crisis ha contribuido a que se
acepten incluso sus métodos más abusivos”.