Los
mexicanos cargamos con el estigma de ser flojos y de estar constantemente
buscando la forma de evitar la fatiga,
para decirlo en palabras del célebre Chespirito.
Afrenta que quizás sólo deberíamos verla como un estereotipo más de los muchos
con los que tenemos cargar, si no fuera porque el fenómeno de la hueva endémica subyace en el
subconsciente nacional como una explicación válida para muchos de los graves
problemas que nos aquejan: pobreza, bajos niveles de desarrollo, crisis
recurrentes, deficiencias en la educación, por mencionar sólo algunos.
De forma tal que para algunos la pobreza es el justo
castigo para la pasividad, la decidía y la holgazanería de quienes la padecen.
Sin embargo, en la vida cotidiana estos argumentos pierden fuerza al comprobar
que millones de mexicanos, tanto dentro como fuera del país, se esfuerzan
arduamente para obtener su sustento. Ya sea en el campo, las fábricas, el
comercio o en el hogar, diariamente los mexicanos trabajamos una cantidad de
horas muy superior a la que lo hacen los ciudadanos de otros países más
desarrollados.
Según el estudio Society
at a Glance 2011 elaborado recientemente por la OCDE para evaluar el grado
de desarrollo social entre sus países miembros, los mexicanos son los que más
trabajan, al dedicarle a esta actividad un promedio de 10 horas diarias, muy
por encima de las 7 que se trabajan en Bélgica, asimismo y paradójicamente, el
estudio confirma al mismo tiempo que México es el país que presenta una mayor pobreza
entre su población.
Así es que como país debemos responder a la misma
interrogante a la que se enfrentan muchos en su vida cotidiana: ¿por qué si
trabajo tanto no puedo mejorar mi situación económica? La respuesta es simple,
mucho del trabajo que realizamos es improductivo, es decir, no genera ningún
valor.
La improductividad implica que debemos emplear
comparativamente un mayor número de recursos que los demás para producir una
misma cantidad de bienes finales. Generalmente esta deficiencia es resultado de
la problemática particular presentada en varios de los factores sistémicos que
configuran un ambiente propicio para la productividad, los cuales abarcan
aspectos culturales, educativos, institucionales, tecnológicos, económicos y
jurídicos, entre muchos otros.
Dentro de los muchos cambios que se requieren
para revertir esta situación, uno de los más urgentes es el abandonar la idea
del trabajo sobre la que se sostiene nuestra economía —y que es más propia de
una sociedad agrícola—, en donde una relación laboral se limita únicamente al
pago de un salario a cambio de contar con la presencia o el esfuerzo de un
individuo en un espacio y durante un tiempo determinado. En cambio, convendría
insertarnos en la lógica imperante de la sociedad de la información, en donde
la producción de servicios, conocimientos e innovaciones son el camino para
alcanzar el verdadero desarrollo.
La economía del conocimiento demanda que la
productividad sea el eje sobre el que se articulen las relaciones laborales, en
donde la remuneración se calcule únicamente en función del valor producido y no
de las horas dedicadas o el volumen de trabajo realizado. Por ejemplo, de nada
sirve estar 12 horas sentado en una oficina o generar mil reportes que nadie
leerá, si este esfuerzo no se traduce efectivamente en la creación de valor.
Tarea en la que deberíamos estar totalmente abocados si
consideramos la vinculación directa que tiene el incremento en la productividad
de un país con el mejoramiento de la calidad de vida de su población. Sin
embargo, mientras no exista en la sociedad un consenso sobre las medidas que se
deben tomar al respecto, tendremos que resignarnos a seguir manteniendo tasas
de crecimiento mediocres.
Uno de los obstáculos más importantes es la anacrónica
legislación laboral vigente que inhibe la generación de fuentes formales de
empleo e imposibilita el establecimiento de nuevos mecanismos de vinculación
laboral más acordes con los tiempos en que vivimos. Reforma a la que muchos
sectores todavía se oponen firmemente a pesar de no haber reparado nunca en que
el texto de la ley que defienden se redactó para una época, circunstancias y un
país muy distintos al que vivimos en la actualidad.
Por ello e que esta problemática también requiere de un
cambio de mentalidad importante, al dejar de valorar el trabajo en términos
brutos para otorgarle un verdadero valor neto al comparar lo producido respecto
a lo invertido. Debemos dejar de pensar que aquel que se esfuerza más o labora
durante más tiempo es mejor trabajador y empezar a apreciar la productividad
como la medida más efectiva de la labor realizada. Por ejemplo, en muchos
países desarrollados el trabajar horas extras es sinónimo de ineficiencia y
puede llegar a ser causal de despido del trabajador al mostrar su incapacidad
para desempeñar eficazmente el puesto.
Así que si de nuevo nos preguntáramos si es qué en
realidad los mexicanos somos tan flojos, mantengamos la frente en alto y
digamos con toda seguridad que no, por el contrario, somos muy trabajadores,
sólo que también bastante improductivos a causa de querer competir en el siglo
XXI con un modelo del siglo XIX.