.000 años un grupo de cazadores que se habían asentado al borde de lo que hoy
conocemos como Barranco de la Valltorta, se internaban por un estrecha
angostura entre dos altas rocas, que daba acceso a las profundidades del barranco
donde habitualmente cazaban, para alcanzar un abrigo que colgaba del farallón
vertical que cerraba, por uno de los laterales, el barranco. Su asombro fue
casi reverencial al encontrarse dibujadas en la pared las escenas de caza que
ellos protagonizaban habitualmente. Estaban maravillados al ver que la vida
cotidiana que les obligaba a cazar para subsistir se pudiera plasmar sobre una
roca de forma tan bella. Ellos no sabían,
por supuesto, aunque algo sí podían intuir, que se encontraban ante una
manifestación artística; una forma de arte, que hoy podemos considerar primitivo,
pero que era, sin lugar a dudas para aquellos hombres a caballo entre el
paleolítico y el neolítico, una obra de arte. Y mucho menos que se hallaban
ante uno de los museos más antiguos de la historia, que les hacía tener las
mismas experiencias sensoriales, que las que hoy en día pueda tener cualquier
urbanita del siglo XXI.
Desde ese abrigo al aire libre lleno de
pinturas de escenas de caza en el Barranco de la Valltorta, hasta nuestros
días, han pasado miles de años y la cultura se ha ido refinando y subvertido
nuestras conciencias; ha sido uno de los motores sin el cual la humanidad se
habría quedado anclada en la Edad de Piedra. Y en esa evolución que nos ha
hecho pasar de sofisticados depredadores prehistóricos a sofisticados
consumidores de la era cibernética, han tenido mucho que ver los museos. Esos
lugares que durante siglos han ido atesorando nuestro patrimonio cultural y
científico, si bien hasta el siglo XVII eran
sólo accesibles a las elites sociales y religiosas, hasta que la Universidad de
Oxford decide exponer al público la colección que le había donado el anticuario
Elías Ashmole, inaugurando el primer museo del mundo, en la idea que hoy
tenemos de lo que es un museo. En los dos siglos siguientes los grandes museos
que hoy conocemos en Europa: Louvre, Británico, Prado, etc. abrieron sus
puertas mostrando colecciones, que en gran parte pertenecían a las monarquías
de cada país.
El mueso, como contenedor de arte o
conocimiento, es imprescindible para la divulgación de la ciencia o la cultura.
Esa democratización pedagógica que después de la Segunda Guerra Mundial han
experimentado los muesos, ha contribuido a convertirlos en actores
fundamentales para la transmisión de valores, situándolos en el epicentro de la
vida cultural de un país, una región o una localidad. Sin embargo, en los
últimos años están sonando demasiadas alarmas, que deberían hacernos reflexionar,
aprovechando el Día Internacional de los Museos. El mercantilismo pujante y
depredador de la sociedad actual está convirtiendo a los museos en objetos de
consumo en sí mismo; no es raro ver que la mercadotecnia y la tienda del museo
tienen un valor tan importante como la obra que se expone. Esto representa un
problema grave que puede acabar con la propia supervivencia de muchos museos,
que al no estar a la altura económica que los poderes públicos y privados
consideran, puedan ver en peligro su continuidad, lo que estaría provocando un
excesivo protagonismo de exposiciones itinerantes que, gracias a enormes
operaciones propagandísticas en los medios, atraen público, con el único fin de
la rentabilidad económica. Desde este criterio que asocia museo con consumo
cultural y negocio, se está dejando de lado el valor artístico de muchas obras
y la apuesta por la función de pedagogía que todo museo debe tener, como
instrumento de transmisión de conocimiento. Pero es que también pueden estar en
peligro numerosos museos locales o regionales que no entran en ese circuito de
negocio museístico, capaz de proporcionar pingües beneficios al capitalismo
imperante. No es una suposición este peligro. Ya estamos viendo como los
presupuestos dedicados a museos se reducen año a año, por la miopía de los
dirigentes políticos, rendidos a la lógica del beneficio económico que el
capitalismo y sus tiburones están imponiendo en el mundo.
Es nuestra obligación denunciar esta
situación que puede acabar con el patrimonio cultural y científico condenado a
la soledad fría de un sótano, una vez que ya no sea soportable para el
capitalismo mantenerlos en esos contenedores, que denominamos museos, que no
visitan nadie. Ese es el drama que deberíamos reflexionar en este Día Internacional
de los Museos, para que la falta de interés que los poderes públicos muestran
hacia la promoción de los museos, se torne en políticas de dinamización
cultural y artísticas, que transciendan al beneficio económico. El museo debe
ser uno de los ejes en torno al cual gira la cultura de una localidad,
fomentando sus colecciones y animando a la participación de la sociedad, para hacerla ver que el museo
es también parte de su acervo vital. No podemos dejar que los museos se
conviertan en objetos de depredación capitalista, que sólo tiene como binomio
de su interés rentabilizar o liquidar.
En Castellón tenemos magníficos museos
que debemos cuidar y exigir a los poderes públicos su puesta en valor cultural.
El Museo de Bellas Artes, con una obra expuesta que todavía no está a la altura
de su brillante edificio; el EACC, que
debería volver a recuperar el prestigio de los primeros años, antes de que el
puritanismo de cierta derecha regional lo pusiera en cuarentena; el Museo de Ciencias Naturales de Onda, un
museo que es un museo en sí mismo, por ser una muestra del concepto
decimonónico de museo de ciencias; el
Museo de Arte Rupestre Levantino de Tirig, que se beneficia de estar enclavado
junto a una de las mayores concentraciones de arte rupestre de la Comunidad
Valenciana; el Museo de Arte
Contemporáneo de Vilafamés, que es uno de los mejores museos de arte
contemporáneo de España y quizá de Europa, un lujo que debemos conservar y
dinamizar; y otros muchos que representan el patrimonio cultural de la provincia,
y que bien puestos en valor son un reclamo de visitantes nativos y foráneos.
El arte, la cultura, la ciencia, son
elementos sustanciales para nuestra formación como ciudadanos libres y de
pensamiento crítico, y los museos ponen a nuestra disposición muchos de los
instrumentos necesarios para ello. Pero si dejamos que se conviertan en
contenedores de consumo, los habremos transformado en transmisores de valores
de la ideología dominante, y si esto es así, acabaremos transfigurados en
nuevos androides manipulados a su conveniencia.