. Una
advertencia que se recoge en la primera línea de la maravillosa introducción
que hace Amelia al libro. Porque con la poesía aprendió a leer, a luchar, a ser
solidaria, justa y tolerante. Todo eso se lo enseñó su padre, a quien profesa un
inmenso amor, como el hombre que marcó su vida y moldeó la sustancia de lo que
ella es hoy. Un hombre que vivió, como
Amelia nos cuenta, entre dos lugares para el olvido, a los que nadie debería
nunca ir: el hospicio, que le vio crecer y el hospital, que le vio morir, para
transitar entremedias por la vida como un hombre hospitalario de las
injusticias que él y los otros sufrían, y de los sueños que su hija tenía. Y de
este reconocimiento al padre nacen los poemas de Tuya es la voz, porque es él quien habla a través de los versos de
Amelia; versos poderosos, enérgicos y llenos de luz en la oscuridad de la
orfandad por culpa de la guerra, y la soledad hospitalaria de la enfermedad.
No
hace Amelia un homenaje a su padre, porque los homenajes tienen algo de
distancia, de tributo hacia algo que admiramos, pero que nos resulta externo.
Amelia traza el recuerdo de su padre desde sus propias entrañas simbióticas de
todo el acerbo paterno que han ido acumulando a lo largo de los años. Y de esta
unión surge el grito liberador “Nuestra
voz es tu voz……Es tu voz nuestra voz……Tuya es la voz”, que rompe el
silencio amartillado por el duelo del recuerdo, de la memoria de una infancia
feliz que ella sí tuvo y se le negó a su padre: “Reunidas en un mantel/ todas las hambres”; de las noches de
hospital luchando contra la enfermedad, que anuncia como un heraldo de la
muerte la despedida: “Avanzaba
implacable/el séquito de la muerte./Doscientos/Doscientos dos”.
Por ese
dejar que hable él, dejando la ventana abierta para que Amelia, al otro lado
del alfeizar se desnude ante el padre con otros versos que nos hablan de sus
propios sentimientos, Tuya es la voz
es un libro que resulta desgarrador, sin concesiones, escrito con versos muy
pulidos y hermosos que llegan al alma del lector, con una pequeña luz, una
débil linterna que nos anuncia que no todo está perdido: “Los ojos oscuros del camino/saquearon la luz./Mas tú perduras,
inmortal, en lo invisible./Con el rostro sereno del que se sabe/caricia en el
pensamiento”. Porque mientras el padre habite en la memoria y en la palabra
hecha verso, la esperanza de alcanzar su sueño permanecerá viva. “De cada una de mis palabras,/tuya es la
voz”.