El hecho de que Anatomía de un asesinato (Otto Preminger, 1959), esté considerada como uno de los dramas judiciales capitales de la Historia del Cine mucho tiene que ver con el buen hacer de un director, autor de obras como Cara de ángel (1952) o Laura (1944), que filmó una película atípica dentro del género. A diferencia de otras producciones predecesoras sobre litigios como Testigo de cargo (Billy Wilder, 1957) o 12 hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957), Anatomía de un asesinato carece del factor sorpresa como tal, puesto que desde un principio conocemos quién es el asesino y los motivos que le han llevado a matar. La cinta de Preminger, por tanto, no se guarda un as en la manga ni tampoco juega a ir desglosando datos importantes a lo largo del metraje en relación a la culpabilidad o no del asesino. Lo curioso es que es precisamente este hecho, el de exponer toda su información principal desde un principio, que el espectador tenga la misma información que sus personajes desde el minuto uno, lo que la convierte en interesante. El carácter predecible de la que algunos la tachan es, en mi opinión, inexistente: su grandeza está en ver cómo se desarrolla el juicio.