"El populista se monta en la ola
de quienes exigen mejores empleos, pero silencia el rol de quienes los crean.
Prefiere ofrecerlos a través del Estado, que crea dependencia
ciudadana..."
Quizás constituye una crueldad de la historia, pero una de las pocas cosas
que sobrevivieron a la desaparecida República Democrática Alemana (RDA) e
influyen en la Alemania actual, son los Ampelmännchen , siluetas de simpáticos
hombrecitos de los semáforos del extinto país socialista. Uno es rojo y tiene
los brazos extendidos, alertando al peatón que no puede cruzar la calle. El
otro es verde y camina, anunciando que sí puede hacerlo. Llevan sombrero de
hallulla, fueron creados en 1961, en Berlín Oriental, y conquistaron a la
ciudadanía amurallada. Cuando en 1989 cae el Muro y Alemania se reunifica sobre
la base de la democracia y la economía social de mercado, se extinguen los
productos de la RDA, pero la gente no renunció a esos hombrecitos con aspecto
de duendes y burgueses.
El tema llama a reflexión: ¿Qué dejó como legado el socialismo que hubo
en la Unión Soviética de 1917 a 1995 y en Europa oriental de 1945 a 1989? ¿Qué
legó a la Alemania reunificada la RDA? ¿Una arquitectura que despertó
admiración o influyó en el mundo? Sus aportes más conocidos son los monótonos edificios
prefabricados, hoy viviendas sociales que nadie desea; un Palacio de la
República que fue derribado por contener asbesto y haber albergado a un
parlamento que en 40 años de historia no registró un voto en contra, y el Muro.
¿Qué quedó de la moda de la RDA, sus tristes coches Trabant y Wartburg, sus
atrasadas microelectrónica, industria y agricultura, sus deficitarias empresas
estatales, su literatura realista-socialista o (falta de) libertades
individuales? En rigor, a la Alemania reunificada la RDA aportó, junto a deudas
y quiebras, sus consignas: Estado obrero-campesino y futura sociedad donde no
habría diferencias ni necesidades insatisfechas. No hay comparación entre el
aporte de Alemania occidental y el de Alemania oriental. No puede haberlo entre
el aporte de la iniciativa de millones de emprendedores y el del letargo de una
economía estatizada y planificada.
Traigo esta reflexión a colación porque me inquieta el escaso valor que
otorgamos a los emprendedores, a quienes apuestan por su iniciativa, innovan,
crean empresas y puestos de trabajo, diversifican la economía y elevan el PIB
nacional. Si apartamos los estímulos dados por la actual administración a
emprendedores y creación de empresas innovadoras, comprobamos que ni en la
ciudadanía ni en los candidatos existe conciencia clara sobre el crucial rol de
los emprendedores. En una sociedad en que se adoctrina a la juventud en la
filosofía de que el Estado debe satisfacer nuestras demandas y proveernos de
plazas de trabajo, y la ganancia privada es deleznable, genera más votos
identificarse con quienes piensan así que con la minoría que crea trabajo
mediante la propia iniciativa.
Seguimos siendo un país donde los emprendedores tienen que disculparse
por lo que son. Pese a que se arriesgan por sus ideas, crean empleo y a menudo
fracasan, se los ignora. Pero se los critica si prosperan y su éxito queda en
evidencia por su prosperidad. ¿Dónde se hace acariciar a los jóvenes la idea de
creer en sí mismos y sus proyectos, de emprender y ser independientes? Me temo
que en la escuela y la universidad formamos más bien jóvenes que aspiran a que
alguien les ofrezca un día empleo. ¿Se los estimula a través de emprendedores
modelo, o todos estos merecen la crítica o ser dejados en los márgenes? ¿Emerge
la mentalidad clientelista del hecho de que vivimos en gran medida de una
materia prima que ha sido operada principalmente por el Estado? ¿Por qué
creemos que como político es más adecuado quien ha vivido toda su vida de
cargos públicos que quien crea empleo? ¿Y en qué medida también es el
empresariado el llamado a modificar esta percepción ciudadana?
En las economías desarrolladas, desde Estados Unidos a China, existe una
productiva interacción entre universidad y empresa. El populista se monta en la
ola de quienes exigen mejores empleos, pero silencia el rol de quienes los
crean. Prefiere ofrecerlos a través del Estado, que crea dependencia ciudadana.
Los políticos que ignoran la crucial importancia del emprendedor para el
crecimiento del país, deben recordar al Ampelmännchen de la RDA, uno de los
pocos símbolos sobrevivientes de un sistema fenecido que vio a sus enemigos en
la iniciativa privada, el emprendedor y el empresario.
Texto de Roberto Ampuero,
escritor y actual Embajador de Chile en México. Ampuero estuvo exiliado diez
años después de 1973 en la extinta Republica Democrática Alemana (RDA) y que de
Democrática no tenía nada. Su periplo lo lleva de la RDA a Cuba, donde conoce
la realidad cubana y la opresión del régimen socialista al pueblo cubano. Lo
impacta la descalificación soez contra cualquier opositor al régimen comunista,
pudiendo llegar a la cárcel o a la muerte solo por disentir. Su pensamiento político
va evolucionando, ya que en su juventud creía firmemente en que el socialismo
era democrático, justo y económicamente prospero. Desilusionado con el
socialismo y sus promesas de un mundo mejor, renuncia a las juventudes
comunistas y es perseguido por ello. En 1999 publica “Nuestros años verde
olivos”, donde difunde la dicotomía existente entre la teoría marxista y la
vida de lujos que llevaba la dirigencia cubana, mientras el pueblo que decían defender
se encontraba inmerso en la miseria.
La honestidad de Roberto
Ampuero, lo lleva a apoyar en su momento a Eduardo Frei Ruiz-Tagle como
candidato a Presidente de Chile y posteriormente a apoyar a Sebastián Piñera
como candidato, manifestando que tras 20 años la concertación estaba agotada en
su ciclo y nada podía ofrecer a la ciudadanía. Su experiencia de vida, lo lleva
a entender que el socialismo nada crea, solo usufructúa del resto, impone
impuestos a quienes solo generan empleo y hacen crecer a Chile. Critica una cultura de vivir a expensas del
estado, de que todo debe ser gratis, que el estado debe asegurarme mis
derechos, mis prerrogativas, olvidando sus deberes y obligaciones como
ciudadanos. Defiende el emprendimiento,
la capacidad de generar proyectos, empresas, ideas, de pensar en un Chile
mejor. Y hace ver que ser empresario /emprendedor es cuestionable, su ganancia
es objetable, su gestión reprobable, su afán de lucro es deleznable.
Una visión socialista, donde
solo se opte al beneficio desmedido, al aumento creciente del gasto público,
sin incentivar a las empresas, a la innovación,
a la investigación y desarrollo, a estimular el emprendimiento personal,
nos llevara a un mundo contemplativo donde el “papa” Estado debe ser el gran maná para sus prosélitos.
Con esta visión cortoplacista, perderemos competitividad, perderemos
credibilidad y la sociedad se tornara mediocre, sin una voluntad por generar
nuevos conocimientos, nuevos proyectos empresariales y renunciamos a ser más
grandes.
Urge entonces cambiar la
mentalidad principalmente en la educación, buscando entusiasmar más que en
conseguir empleos, en incentivar al emprendimiento, a la innovación y ser
dueños de su propio destino.