. Atrás van quedando nuestra vocación europeísta
como expectativa de una vida mejor, cuando la comunidad europea avanzaba hacia
una sociedad común, con el estado de bienestar por bandera. Eran tiempos en los
que creíamos en Europa con la fe del hijo pródigo, que se ha dado cuenta de que
en la casa paterna, ese hogar común en el que habitan tus hermanos, se vive
mejor que yendo por libre, con la familia desperdigada; pero la fe ya se sabe,
acaba convirtiéndonos en seres sometidos a una voluntad ajena a la nuestra, en
la que hay que creer a ciegas, sin cuestionarnos su autoridad. Algo así como lo
que está sucediendo en la actualidad, que se nos pide fe ciega en la voluntad
de un ente que se denomina “troika”, que tiene su sede social en Bruselas, y su
centro de poder en Berlín. Estamos pagando haber dejado alienar nuestra
voluntad de ser los dueños de nuestro presente y nuestro futuro, al consentir
que se construyera un ente supranacional sin el debido control democrático que,
de haberlo exigido, nunca nos encontraríamos en esta situación de dictablanda al
servicio de los intereses de un neoliberalismo de una brutalidad casi olvidada.
Asistimos
casi impotentes al rapto de Europa, como cuando Zeus, en busca de doncellas que
satisficieran su apetito sexual, se fijó en Europa, una bella doncella que se
bañaba desnuda en una cálida playa; la sedujo mostrándose ante ella como un
hermoso toro blanco al que Europa no pudo resistirse, y montándose a lomos de
él, que era Zeus en su engaño, la condujo, atravesando el mar Mediterráneo,
hasta la isla de Creta, lugar en que la confinó de por vida, para poder
satisfacer sus deseos cuando él quisiera.
Nada mejor que los mitos para explicar la realidad que nos circunda, con
una Europa secuestrada por Alemania, a la que después de seducir ha confinado a
la pobreza, para mayor beneficio de sus intereses económicos y los de sus
bancos, que se han convertido en los grandes depredadores de la riqueza de la
Europa del sur, convirtiendo a sus ciudadanos, otrora dueños de su destino, en
nuevos súbditos del gran capitalismo sajón.
El
sueño de Europa se desvanece, al haber sido arrinconados en el desván de la
historia, los grandes políticos que creyeron en un continente unido,
democrático y socialmente avanzado. Adenauer, Monnet, Schuman, Gasperi… fueron
hombres visionarios que sentaron las bases para construir una sociedad común
continental, que superara las viejas diferencias entre naciones, que tanto
dolor y desgarro habían producido a los europeos, y mirara al futuro con la
esperanza de una sociedad más justa en derechos y distribución de la riqueza.
Se dieron cuenta de que una Europa unida era la opción más viable para todos
los europeos, en un mundo que se polarizaba, para defender la democracia social
que habían ido construyendo con tanto sudor y lágrimas. Un testigo que tomaron
otros grandes en la construcción europea: Jacques Delors, Helmut Kholl,
Francoise Miterrand, Felipe González, Simone Veil, Romano Prodi…, hasta que el
agresivo neoliberalismo, que tiene su origen en los países anglosajones,
durante la década de los 80, irrumpe en el continente, paralizando toda idea
constructiva que fuera más allá de una considerar Europa como un mercado, al
que la política debe rendir pleitesía.
Estamos
pues ante la claudicación de la política, ante el vaciado de la democracia, no
sólo en las instituciones europeas, cada vez más inútiles, sino en lo propios
estados que la forman. Sobre todo en los países del sur, a los que se está
aplicando, de una manera, autoritaria y sin control democrático, los dictados
económicos que marcan los mercados, al servicio de quienes se han puesto la
Comisión Europea, los gobiernos, el BCE, y esa gran líder del capitalismo
salvaje que es Ángela Merckel. Sorprende la docilidad con la que los gobiernos
de Portugal, España, Italia, Grecia, Chipre,
e incluso Francia, se están comportando ante los intereses de Berlín y sus
bancos. No hay política económica en estos países, y por tanto se está
produciendo una devaluación de la democracia de tintes insoportables,
convirtiendo, con la excusa del cumplimiento del déficit impuesto por Alemania,
la vida de los ciudadanos en un calvario sin escapatoria. Lo estamos sufriendo
desde hace meses con políticas de recortes del estado de bienestar y bajadas
salarios, y la única respuesta que tenemos de nuestros gobiernos es que
Alemania decida relajar el incumplimiento de déficit. Lo acabamos de ver en
Portugal, que anuladas algunas medidas contra el bienestar ciudadano impuestas
por su gobierno por el Tribunal Constitucional, la única respuesta de la
Comisión Europea es mayor rigor en el cumplimiento del déficit y el anuncio de
recortes drásticos para la ciudadanía, además de acusar al propio Tribunal de
interferencias. No puede haber mayor descaro.
Esta
Europa ya no nos gusta. No es la Europa en la que habíamos soñado y por tanto
hay que buscar nuevas alternativas que cumplan nuestros objetivos de
europeístas, pero también de bienestar y democracia. Y a pesar de la
insoportable presión alemana, no reside en este país el problema. Más bien
habría que buscarlo en los dirigentes europeos, ya sean comunitarios o de los
países miembros, que están consintiendo la deriva de Europa hacia capitalismo
salvaje liderado por Alemania, que quiere aplicarlo fuera y resguardarse de sus
dentelladas dentro.
Nos
encontramos ante una encrucijada que hemos de resolver antes que no haya vuelta
atrás: o nos liberamos del calvinismo moralizante, neocapitalista, y asfixiante
que están imponiendo los países del norte continental al resto, para construir
una Europa más democrática, más unida, más social y más solidaria; o estaremos
frente a un retroceso en la historia de incalculables consecuencias. Porque en
un mundo dividido en grandes áreas de influencia, la única supervivencia
posible es la de una Europa fuerte y unida, en la que ningún país trate de imponer
su criterio, porque existen instituciones políticas y económicas a las que los
ciudadanos europeos podamos controlar democráticamente. Es decir o vamos hacia
una Europa con un Parlamento que sea el verdadero poder legislativo, un gobierno
que sea el auténtico poder ejecutivo, y una judicatura que sea independiente de
los mercados y el poder, nada que Montesquieu no dijera hace doscientos años, o
acabaremos en la insignificancia política y el empobrecimiento, y el sueño de
aquellos que creyeron en una Europa de bienestar se habrá desvanecido.
Los
sueños son bonitos cuando nos producen satisfacción, pero cuando se convierten
en pesadillas hay que despertar y volver a otro sueño.