. “Nos vemos el
11”, circuló por todas las redes sociales. Es de esperar que el balance sea
positivo y no haya desmanes. Y de darse, cosa probable, éstos no sean muchos. Casi
como una fatalidad, nos empezamos a conformar y ser felices con bien poco.
Noto que la convivencia local y nacional se ha ido deteriorando. Los
canales regulares de diálogo parecieran estrecharse, hacerse intrincados.
Partimos con un prejuicio de que será tiempo perdido. Y ello es culpa de todos.
Pareciera que hay que quemar al menos un bus para ser escuchados. Pero también
parece que, quien lo quema, no tiene ninguna intención de dialogar. Es más,
quizá ni sabe porqué lo quema. Partimos de la amenaza, la descalificación, el
grito destemplado, para darnos a entender. Y al final, vemos que son más los
puntos de acuerdo que las divergencias. En estos años, ha podido más el diálogo
que la amenaza. Pienso en “grandes” conflictos ciudadanos como el de Aysén. Al
final, las soluciones estaban a la vuelta de la esquina y del conflicto quedo
poco y nada. Bueno, personas que ganaron popularidad y podrán postularse a un
cargo público.
Lo paradojal de las marchas es que, varios de los dirigentes
estudiantiles que hasta hace unos meses eran entusiastas amigos de la calle,
hoy se presentan a candidatos al parlamento. Me parece muy bien. Su actitud valida
lo que, yo al menos, he dicho en muchas oportunidades. La instancia de
encuentro y diálogo ciudadano es el congreso a nivel nacional y los municipios
y juntas de vecinos a nivel local. Si los aprovecháramos bien, otro gallo
cantaría. En efecto, el cariño por lo común lleva a fortalecer las instituciones
ciudadanas, por imperfectas que sean. Es allí donde se debe discutir, plantear
soluciones, debatir para hacer de Chile un país más humano, justo y tolerante.
Más pueden por el progreso del país horas de discusión parlamentaria – por
improductivas que nos parezcan – que una marcha por las calles, por concurrida
que sea.
Leía por ahí una buena cita que señalaba que nuestro diálogo está
recordando a esas conversaciones de borrachos en un bar: “díganme de qué están
hablando para decir que no”. Partimos de la negación, la descalificación, la
sospecha. Al final, es alegar por alegar. Y a todos los niveles, no solo
político. La convivencia vecinal chilena es célebre por su crispación. Uno de
cada tres chilenos tiene problemas con los vecinos. Y quizá la cifra es más
alta. Los juzgados de policía local están atorados con quejas por el vecino de
al lado. Triste.
Construir sociedad supone esfuerzo, renuncias, voluntad de encontrarse,
integrar y conocer al otro. Saquemos lecciones positivas. La democracia supone
construir. Haga lo suyo.
P.Hugo Tagle
twitter: @hugotagle