Antes de enfrentarse -y valorar- una obra como La Dama de Hierro (Phillyda Lloyd, 2011), conviene dejar al margen los sentimientos que una pueda tener hacia la figura de Margaret Thatcher. Venerada y repudiada a partes iguales, si de algo podía presumir la que fue la primera mujer Ministra en Gran Bretaña, cargo que ocupó en 1979, era de no dejar indiferente a nadie. En una demostración de valentía -hay que serlo para filmar un biopic de estas características-, la directora de Mamma Mía (2008) inmortalizó en la gran pantalla la vida de una mujer poderosa, intratatable, de compleja personalidad. Meryl Streep, que ya colaboró con Lloyd en su mencionada opera prima, es la encargada de dar vida a uno de los animales políticos más importantes e inflexibles del pasado siglo, la máxima responsable de algunas de las políticas más decisivas en la historia de Inglaterra. Y del mundo -como ejemplifica su actuación en conflictos armados como la Guerra de las Malvinas-. Y lo hace a través de una de esas creaciones carne de Oscar -le valió el tercero de su carrera-, absolutamente históricas, ante las cuales uno no puede evitar caer rendido ante su pasmoso, irrefutable y sobrecogedor parecido con la original. Una reencarnación en todos los sentidos de la palabra.