La
película de Christian Petzold, Bárbara, es
un film complejo narrado de la forma más sencilla posible. Sin
entrar en el análisis de por qué los personajes están donde se
hallan, en un lugar donde nadie puede ser feliz, sí
que importará cómo se mueven en ese medio frío, feo y totalmente
hostil. Y ese movimiento, las miradas, los leves gestos, la aparición
de personas sin ningún vínculo con ellos, el ignorar muy a menudo
quién en quién, policía, vigilantes o sospechosos, va a determinar
sus formas de ser y de actuar. O quizás estas eran ya las
anteriores, que vuelven a funcionar de nuevo pese a las férreas
autoridades, a la casa despersonalizada y permanentemente puesta
patas arriba por los vigilantes, y al eterno y humillante control
policial. Quizás debido a ello el carácter de Bárbara es un
carácter tan introvertido, tan cerrado para todos sus compañeros de
trabajo, médicos como ella, pero tan abierto y amable con los
indefensos pacientes, cuya única escapatoria es la enfermedad. Una
de ellas ocupará el lugar que debía ser el suyo a fin de salir de
la terrible situación de ambas.
Debido
a la presión, al estado policial en el que viven los personajes,
Bárbara no se creerá nada de cuanto le diga el joven médico, jefe
del hospital donde ella trabaja. Este siempre se encontrará frente a
él a una especie de esfinge, invulnerable a las palabras y los
pequeños favores. El joven médico también parece sospechar de
ella. Y Bárbara no se fía de él. No obstante, poco a poco, sus
detalles, su amabilidad, irán haciendo mella en la vigilada doctora.
Un día, buscando al doctor, para operar a un paciente, se lo
encontrará en casa del policía que no la pierde de vista.
Magistrales las escenas que muestran la casa de este gris personaje,
sus dependencias y sus miserias. Y breve y clara la conversación de
los dos médicos, André y Bárbara, camino del hospital: “¿Siempre
ayudas a los cabrones?”, le pregunta ella por haber atendido a la
moribundo mujer del policía. “Cuando están enfermos, sí”
-responde el doctor. Al final, la profesionalidad, la vocación y la
solidaridad entre los humanos, está por encima de todo. Esa
solidaridad, no obstante, tiene sus límites, como todo en la vida.
Bárbara, sin embargo, será capaz de rebasarlos. Al fin y al cabo,
al principio, cuando aparece la chica-paciente, que se encariña con
Bárbara, pues la ha liberado de la brutalidad de la policía, y del
absurdo diagnóstico del médico, le lee un significativo fragmento
de Hukleberry Finn. Puede
decirse que es una lectura que casi se cumple al pie de la letra. Y
digo casi porque cuesta creer que, en la orilla de la playa, en el
pueblo, sólo quede el cuerpo de Bárbara. Queda algo más, algo que
también estaba en otro libro, en una narración contada por André.
Tal vez las historias de médicos que ellos leen o cuentan, sean
aplicables a otros personajes. En el caso de ambos, y sobre todo en
el de Bárbara, perdura un profundo amor por quienes sufren. Visto y
contado con una sencillez magistral. Excelente, por otra parte, la
interpretación de Nina Hoss, y muy acertada la de Ronald Zehrfeld.
Una película con una historia muy humana, con un final agridulce, y
muy digna de verse.