. Hay que decir aquí
que, en números absolutos, éstos han aumentado en más de un millón en este
decenio, lo que no es menor para un país que aún no alcanza los 17 millones. Es
cierto que, en proporción, bajaron algo más de 2%.
La verdad sea
dicha, todos esperábamos una caída mucho mayor. Analistas serios auguraban una
caída de hasta un 10%; que los católicos serían “con suerte” algo más de un 60%
de la población. Y no nos hubiese asombrado. En estos dos lustros la Iglesia
católica dio razones suficientes para una decepción grande de los fieles. Pero
nada de eso ocurrió.
Aunque, insisto,
hubiese sido comprensible. La Iglesia católica sufrió fuertes golpes que se los
infringieron algunos de sus miembros. De quienes se esperaba seguridad,
confianza, acogida y respeto vino iniquidad, soberbia, atropello. Los abusos
cometidos por sacerdotes golpearon fuertemente la conciencia religiosa de miles
de personas lo que los llevó, comprensiblemente, a poner en duda su pertenencia
a la Iglesia. Pero las mismas cifras hablan de que la gente sabe distinguir
entre su fe, la institución y las personas que la componen y guían; de que
todos somos parte de ella, pecadores finalmente. Este
censo se realizó en el tiempo de quizá mayor impacto negativo, en que la
sociedad chilena ha tenido conocimiento de prácticas inaceptables de miembros
de la Iglesia. Durante estos años, la población fue
muy bien informada sobre cada uno de los casos de abusos de sacerdotes, casi
diariamente y con todo tipo de detalles. Hay que alegrarse de la mayor
exigencia de transparencia a todas las instituciones y del gran bien que
realiza la prensa en este punto. Gracias a la denuncia, se han combatido con
eficacia y coraje estos atropellos. Hoy, los fieles son más ilustrados,
exigentes y conscientes. Por lo mismo, más maduros y responsables de su fe.
Podemos decir que tanto el 67,2% de católicos como todos los que confesaron su
credo o no, lo hicieron con un grado de conciencia mayor que hasta hace unos
lustros. Si hay un ítem respondido en este censo muy a conciencia y que revela
con certeza lo que los chilenos son, es el de la confesión religiosa.
Por lo mismo, lo que sorprende no es la “disminución
de católicos” sino la “baja disminución”. Pero no se trate de triunfalismos ni de
sacar cuentas alegres. Cada católico, cada cristiano que da vuelta la espalda a
su fe, es un dolor para la Iglesia y lo debe ser para cada uno de sus
integrantes. Aunque sea uno, es importante y sujeto de
preocupación. Son personas, no fríos números. Es
alguien – colega, hermano, amigo-, que se va herido, decepcionado o peor,
indiferente.
Es una
responsabilidad el que Chile sea mayoritariamente cristiano. Que sobre el 85%
se confiesen cristianos es tarea y misión; es desafío a testimoniar con la vida
aquello que confesamos con la boca. Ser cristiano implica llevar una vida
recta, honrada, fiel, creíble y consecuente; cercana a los pobres, ancianos,
enfermos y encarcelados.
Ahora bien, no
es un asunto solo de cifras. Se trata ahora de dar consistencia y valor a lo
que se cree; crecer en responsabilidad, en calidad de la fe. Ella no es una
chapita pegada en la solapa ni una cruz colgada al pecho. Menos una simple
respuesta a un cuestionario, por importante que sea. Es coherencia, imagen de
esperanza y caridad.
Hay
que poner atención a los alejados, a quienes se sienten heridos, poco
considerados. Como dijo el Papa Francisco antes de asumir su pontificado “es hora
de ir a las periferias existenciales: las del
misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia
y prescindencia religiosa, las de toda miseria”. Es hora de ponerse al
servicio de quienes sufren para anunciarles, con renovado entusiasmo la buena
noticia de Jesucristo.
P.Hugo
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