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Los próximos días son lo que llamamos el triduo pascual: viernes
santo, día de la cruz; sábado, de espera; domingo, de Resurrección.
La iniciamos el domingo pasado, de Ramos, en que miles de hombres y
mujeres llegaron a templos, escuelas y capillas con ramos para
celebrar la entrada de Jesús en Jerusalén. Fue la Jornada mundial
de la juventud, justamente porque es celebración, fiesta, alegría.
La fe no es triste. Nosotros somos los tristes. La verdadera fe lleva
a llenar más el corazón, da sentido a la existencia, infunde nuevos
bríos y ganas de vivir. Cuando no se cree o se cree mal, abunda la
tristeza, desánimo y desgano.
Y ahora vienen los días
fuertes. El viernes rememoramos la pasión y crucifixión de Cristo.
Buena oportunidad para mirar nuestras propias cruces y dolores
¿¡Quién no carga una cruz o dolor!? Alguna enfermedad, problema
familiar, dificultades con los hijos, problemas laborales. Soledad o
desánimo. Pues bien, este día nos regala la oportunidad de
confiarsela a Dios, decirle sí y asumirla con paciencia y esperanza.
No se trata de fatal resignación. Debemos hacer todo lo posible por
sanar heridas o aliviar dolores. P ero llega un punto en que es bueno
asumir la cruz que la vida nos mandó y convivir con ella. Pienso en
la muerte de un ser querido, a quien no podremos tener físicamente
de nuevo con nosotros. Mejor decir sí ante lo definitivo, rezar por
él y convivir con ello en paz.
Quien se hace cargo de
sus cruces y dolores, le regala un sentido de trascendencia, busca un
contacto con el Creador a través de ellas, es más feliz y vive con
mayor sentido la vida presente.
Quien no ha sufrido,
quien no ha sabido cargar sus dolores, no conoce el otro lado de la
vida. Pero para el cristiano no es la cruz el fin de la existencia.
Ellas adquieren sentido en la vida plena que se nos regala en Cristo
resucitado. Ese es el término de semana santa. No el viernes, sino
el domingo. De ahí la majadera esperanza de la fe cristiana. Un
cristiano ve siempre la luz al final del túnel, la solución a un lío
amargo. Con fe, todo lo podemos; sin ella, los problemas aumentan, se
hacen más pesados, la vida más plana y gris.
Cristo resucitado es como
esas flores que salen en el desierto norteño. Donde hay piedras,
tierra aparentemente infertil, surgen, luego de una garuga leve,
miles de flores que alegran el paisaje. A quien vive la Pascua de
Resurrección le florece el corazón.
Los huevos de Pascua del
domingo, que llenan escaparates y tiendas, son signo de esa nueva
vida que nos trae Cristo. Compre algunos y regalelos. Rompa su dieta
y cómase uno. El chocolate nos hace bien. La Resurrección de
Cristo, más aún.
Hugo Tagletwitter: @hugotagle