El guerrero pacífico (Victor Salva, 2006) es una de esas películas que interpretan el oficio del cine como herramienta para elaborar una vehemente reivindicación del ser humano, de la grandeza intrínseca del individuo, de su fortaleza interna y externa. Basada en la novela autobiográfica de Dan Millman, ex campeón mundial de trampolín y reputado entrenador físico, hay que agradecer a la propuesta no ya sólo sus buenas intenciones -algo ya de por sí elogiable en los tiempos que corren-, sino su empecinada voluntad de definirse, más que como una película, como uno de esos manuales de autoayuda capaces de hacer pensar al espectador y, en última instancia, convertirle en una mejor persona. Y todo sin resquicios de moralidad ni aleccionamientos gratuitos, tan sólo el firme compromiso de un director que acierta al plasmar en pantalla grande el caso real de un joven atleta cuya historia, vivo ejemplo del espíritu de superación y sacrificio, bien merecía ser adaptada al cine.