Los datos están sobre la mesa. Las estrategias se muestran a las claras en las acciones que vemos por parte de los actores participantes en esta comedia que se escenifica en Europa en los últimos meses. No sé si a esta altura de la película siguen cabiendo dudas de qué papel juega cada cual y hacia donde se encamina todo esto. ¿Quedará gente todavía tan insensata, ciega o estúpida para dudar de qué es lo que está en juego? ¿Alguien duda ya que esto es un robo a gran escala perpetrado por los que se ha hecho dueños de todo en Europa desde 1992, con el tratado de Maastrich? A pesar del ruido mediático, cuando la gente pierde sus casas, que son suyas según ha determinado el tribunal europeo competente, cuando las personas pierden sus trabajos, cuando los trabajadores deben aumentar su jornada y reducir su sueldo, cuando se pierden derechos, que no dádivas, cuando el empobrecimiento amenaza al 50% de la población, poco puede hacer ya la mentira ideológica que propagan los medios más afines al modelo. Ni siquiera las brabuconadas de los Cuesta, Merlos o Jiménez de turno pueden acallar la verdad que se extiende como un reguero de pólvora por las conciencias. Mientras las personas aguantan estoicas un desahucio, estos voceros del poder muestran su lado más sensible. Qué penita estas pobre gentes que se endeudaron más de lo que podían y ahora pierden su casa, dicen a cámara con gesto demudado. Pero, cuando los estafados reclaman su derecho, cuando se niegan a la violencia del Estado contra ellos, entonces enarbolan la bandera que siempre tienen a mano: ¡terroristas!, les gritan, pretendiendo acallar el murmullo entre las filas no tan prietas del poder. Pero ya no cuela, nadie va a creer que una madre que ve cómo dejan a sus pequeños en la calle y llora amargamente su destino es un vil asesino en potencia.