Ya tenemos papa y se llama Paco, con todos los respetos. Me permito esta familiaridad por lo común del nombre entre nosotros. Es muy curioso que Francisco tenga tantos hipocorísticos en nuestro idioma: Paco, Kiko, Curro, Pancho. Creo que es el nombre que más tiene y no lo es por casualidad. Desde el mismo idioma se irradia la cercanía que rezuma el nombre del gran hombre de Asís, aquel que supo vencer la arrogancia y la altanería con humildad y firmeza en las convicciones. El Poverello ha inspirado siempre a los pobres para alcanzar la dignidad que se les arrebata por parte del poder y eso lo han agradecido siempre los excluidos. Por esto me atrevo a llamar al papa Francisco, Paco, pero también porque en las pocas horas que está ocupando la sede episcopal romana, nos ha dado indicios suficientes para abrigar muchas esperanzas en esta época que se abre. Los signos que hemos visto nos permiten atisbar buenas nuevas en el futuro cercano que nos permitan soñar con una Iglesia pobre, con los pobres y de los pobres; con una Iglesia humilde y sencilla que abdique de los fastos del poder; con una Iglesia servidora que no se arrodille ante las riquezas terrenales. Muchos de esos signos son sencillos, pero están cargados con una poderosa arma: la dignidad de lo humano.