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“Dios
guía a su Iglesia, la sostiene siempre y sobre todo en los momentos difíciles.
Jamás perdamos esta visión de fe, que es la única verdadera visión del camino
de la Iglesia y del mundo”, señaló en su última audiencia. Benedicto XVI abandonó su cargo con la
misma sencillez con que lo asumió hace ya casi
8 años. “Ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”
dijo en su breve comunicado y lo ha repetido después. “El Señor me llama a
“subir al monte”, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación” dijo en
el último rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro. “Pero esto no significa
abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que
yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con que lo he
hecho hasta ahora, pero de modo más apto a mi edad y a mis fuerzas” recalcó en
esa oportunidad.
Tristeza pero
conformidad y apoyo son los sentimientos que cruzan el mundo cristiano: La
decisión del Santo Padre fue tan sopresiva como valiente y comprensible y abre
a prespectivas que, bien aprovechadas, resultarán muy auspiciadoras para el
curso que tome la Iglesia. Las lecturas tremendistas de la decisión papal se
han ido apagando para dejar relucir lo que realmente la animó: una señal de
enorme libertad interior, de humildad, que rompe falsas y artificiales
sacralidades, que desafía a
ahondar más en la fe y la forma de vivirla.
Los frutos de su
decisión ya se hacen notar: la llamada a una renovación de la estructura
eclesial, comenzando por la forma en que se entiende el servicio petrino y
eclesial, ha cruzado la reflexión intraeclesial. A partir de hoy y con
seguridad, seremos testigos de cambios profundos que le harán mucho bien a la
Iglesia de este siglo XXI.
Benedicto XVI
confirmó lo que ha sido su gran motivo de vida: el amor a la Iglesia, a Dios y
a los hombres. Deja ahora que savia nueva conduzca la barca de Pedro ya que
toda su estructrura no es más que un servicio a la gran causa que es llevar el
Evangelio, la vida, la verdad y justicia, al hombre total. La Iglesia –
obispos, consagrados, fieles - no está ahí para servirse a sí misma sino para
servir a la humanidad.
A pesar de haber
asumido su cargo entrado en años, su ministerio estuvo animado por una gran
valentía. Mostró un aplomo y fortaleza notables al momento de enfrentar
dificultades para el esclarecimiento de múltiples abusos e iniquidades que no
vienen de fuera, sino de dentro de la Iglesia. Como lo dijo en su viaje a
Portugal en 2010: “Hoy, las más grandes persecuciones a la Iglesia no vienen de
fuera, sino de los pecados que hay dentro de la propia Iglesia. Es aterrador
cómo sufre la Iglesia por esos ataques y esos pecados”.
Pero su renuncia no
debe sorprender tanto. El Papa ha vivido renunciando: a una familia, a su país,
a su docencia, a darse gustos y lujos. Su vida fue pura entrega abnegada a la
Iglesia. Esta última renuncia corona una cadena de postergaciones por los
grandes amores de su vida que vienen a ser uno y el mismo: Jesús, Cristo y su
Iglesia.
Decisión valiente que
interpela a quienes se apegan al poder, aplausos, influencias. Solo cabe
agradecer su notable ejemplo. El nuevo Papa se enfrentará a tan grandes como
fascinantes desafíos: nos adentramos en el año de la fe, en julio es el
encuentro mundial de jóvenes en Rio de Janeiro y urge una renovación de
múltiples aspectos del servicio eclesial, tal cual lo mencionó Benedicto XVI en
sus últimas intervenciones. Abordar la anhelada renovación a que él apuntó
reiteradamente, será la forma concreta de honrar su fecundo servicio eclecial.
El nuevo Papa será el mejor y el más apropiado para este nuevo tiempo. Eso lo
sabe Benedicto XVI, ya que ha sabido siempre que es Dios quien conduce a su
Iglesia.
P.Hugo Tagle M.
twitter: @hugotagle