"Problemas siempre hay, pero también hay soluciones". Sirva esta línea de guión de Guantanamera (Tomás Gutiérrez Alea & Juan Carlos Tabío, 1995), para condensar el espíritu de una película-arquetipo de cómo las penurias económicas y sociopolíticas de un país, en este caso Cuba, no son suficientes para mermar la entereza de un pueblo mundialmente conocido por saber hacer frente a la adversidad de la forma más digna. En esta segunda colaboración entre ambos directores, tras el éxito de Fresa y chocolate (1993) es patente, desde su primer minuto, la admiración que ambos profesan hacia su tierra natal, lo que no constituye obstáculo a la hora de lanzar varios dardos envenenados hacia el cada vez más oxidado sistema burocrático que impera en la isla. He aquí el encanto de la película: su absoluta destreza a la hora de combinar ese realce de los pilares básicos de la cultura cubana, con esa crítica subyacente al funcionamiento de un Estado muy alejado de las necesidades reales de sus ciudadanos. Así, es palpable el paradójico sentimiento de sus creadores: no se muestran satisfechos con la Cuba actual, pero al mismo tiempo se nota que no pueden vivir sin ella.