Todas las notas que se escriben sobre patologías que
provocan trastornos del aprendizaje, refieren con machacona insistencia a los
problemas que presentan los niños que las padecen, las características
neurológicas de cada patología, cómo se ven estos chicos afectados y qué debe
hacerse para solucionar el problema. Y está bien que así sea, ya que es prior informar a padres y docentes sobre cada uno de
estos ítem, ya que en forma permanente se experimentan y descubren nuevos
aspectos que enriquecen el conocimientos de las neurociencias, una ciencia tan
nueva como maravillosa. Pero en esta nota, deseo referirme a otro costado de
esta problemática, cual es, el precio que pagan estos niños. Un alto precio en
frustraciones, reclamos de adultos, caída de autoestima, necesidad de esfuerzo
redoblado y tiempo robado a la merecida distracción.
Es común escuchar que antes de ser diagnosticados, los
niños con déficit de atención son tratados en su casa de “colgados”, “tontos”, “distraídos”,
“aplastados o terribles”, (si agregan hiperactividad o no), “vagos” y un
sinnúmero de motes más, todos tan peyorativos, como demandantes y arbitrarios.
Podría también agregar lo que sucede con los niños que padecen patologías del
espectro autista, con Trastorno apracto-agnósico o disléxicos, quienes son
sobre-exigidos, cuestionados y hasta castigados, por no responder a las expectativas
que se tienen de ellos, de su respuesta y de los sueños previos de los padres.
Ahora bien, estos mismos niños, una vez que cuentan
con un diagnóstico neuropsicológico adecuado y las correspondientes
indicaciones de los médicos neurólogos; una vez que padres y docentes son
informados de las características de la patología que padece; una vez que se le
realizan las adecuaciones necesarias en la escuela y la familia entiende las
particularidades de su hijo; y una vez que el niño comienza con el tratamiento
neuropsicológico y neuropedagógico que necesita, “mágicamente” cambia en gran forma su calidad
de vida. Atrás queda el alto precio pagado en castigos, tratamientos
peyorativos por parte de hermanos, padres y
en algunos casos, docentes; atrás quedan las frustraciones por no poder
cumplir lo que los papis le piden, por haber empezado a creer que en efecto, él
o ella es una persona inferior, sin inteligencia o sin futuro. Pero a partir de
ese momento, no deviene el final feliz de los cuentos de hadas. No, claro que
no. Comienza una nueva etapa en la que es más respetado, más comprendido y
alentado, pero… ¡Está todo por hacer! Ya no alcanza con ir a la escuela, hacer
los deberes en un rato, mientras mira la televisión y a olvidarse de las
obligaciones hasta mañana. Ese niño, quien pagó precios humillantes antes del
diagnóstico, será a partir de ahora una persona muy ocupada. Al horario normal
de la escuela, deberá agregarse la hora de la maestra particular, la hora del
tratamiento neurocognitivo, el tiempo de los deberes en casa, etc, etc. Todo
resulta más largo, más gravoso y requiere de mayor paciencia, tanto para él
como para los padres, ya que estos niños deben esforzarse más que cualquier
otro, deben pensar más y dedicarle todo el tiempo posible a lograr, lo mismo
que los demás consiguen sin proponérselo.
CONSIDERACIONES FINALES
Por todo lo expuesto, deseo resaltar y premiar a
todos estos futuros hombres y mujeres, que crecerán sabiendo que el camino de
la vida está sembrado de dificultades, pero ninguna lucha habrá de resultarle
imposible, porque desde muy pequeños han debido esforzarse enormemente para
conseguir los objetivos. Cuando algunos de sus pares, ya adultos, se sientan
deprimidos por los obstáculos que se les presentan, aquellos niños que fueron
llamados: “tontos, distraídos, hiperactivos, disléxicos o torpes”, recibirán su
justo premio por el precio pagado. Mientras tanto, es primordial no agobiarlos
con exigencias de doble escolaridad, estudios complementarios
extra-curriculares, deportes que no desean practicar o cualquier otra actividad
que no sea recreativa. Nunca debemos olvidar que son niños y que deben vivir
una vida de niños. Es fundamental alentarlos permanentemente en sus logros,
aunque sus tiempos no concuerden con nuestras expectativas y por sobre todo,
los papis deben recordar que la detección temprana de patologías de origen neurobiológico,
como son la mayoría de las que provocan dificultades de aprendizaje, les
ahorrará a sus hijos lágrimas y dolores que no merecen.