. Es un viaje de vuelta en el que don
Vicente, que va con su hija Mercedes, lleva la cabeza llena de ideas sobre el
arte contemporáneo, del que es una experto reconocido internacionalmente, por
los días pasados inmerso en la obra del gran artista español, que murió en
París en 1942, pero todavía no sabe que está a punto de encontrarse ante el
gran proyecto de su vida; de cruzarse con su destino en un pueblecito cercano a
la costa de Castellón, que en aquellos años de prohibiciones de lenguas
vernáculas, se denominaba Villafamés. Lo que tenía que haber sido una visita
fugaz a su tío Paco, acabará convirtiéndose en la ciudad visible para Aguilera
Cerni, en un lugar que impregnará su espíritu al encontrarse una localidad
encaramada en un alcor del que sobresalen las ruinas de un castillo vigilante
de la inmensa belleza de una llanura mediterránea que se pierde, al fondo, en
las siluetas de la sierra que cierra el decorado paisajístico.
Durante ese final de década, los años 68 y 69, en los que la sociedad
española empieza a cambiar sutilmente debajo de la pesada alfombra oficial del
franquismo, se juntan dos voluntades poderosas en Villafamés: la de un pueblo
que todavía rezuma historia entre sus calles, ruinosas por la dejadez atávica
que tenemos los españoles de abandonar lo antiguo, pero cargadas de un
esplendor que tuvo que ver con su conquista a cargo del rey Jaime I en el siglo
XIII; con ser sede de la orden de Montesa, que traerá una larga disputa
jurisdiccional entre la Orden y la Corona, hasta que en 1635 pase a ser una
villa plenamente de realengo; o con su resistencia numantina a los ataques y
asedios carlistas en el siglo XIX, que tras no conseguir doblegar su espíritu
liberal, la dejaron semidestruida. La otra voluntad que se cruza junto a la del
pueblo de Villafamés, muy dignamente encabezado por su alcalde don Vicente
Benet Meseguer, es la de Aguilera Cerni, que ha encontrado el lugar idílico,
sin pretenderlo, para desarrollar un proyecto consagrado al arte contemporáneo,
a su conservación y difusión. Quién sabe si este era el sueño que albergaba en
el subconsciente desde años atrás. Y es aquí, en la confluencia de estas dos
voluntades, donde nace el Museo Popular de Arte Contemporáneo de Villafamés, al
conseguir que la Diputación de Castellón compre el ruinoso palacio de Batlle, y
tras cedérselo al ayuntamiento y acometer unas iníciales obras de restauración,
poder inaugurar en 1972, con apenas 200 obras, la sede de uno de los muesos de
arte contemporáneo más fascinantes que existen en España.
¿Qué le hace extraordinario al Museo de Vilafamés? Desde una perspectiva
social, su carácter popular, a pesar de que hoy haya perdido la denominación de
Museo Popular, para internacionalizarlo, sigue siendo un museo del pueblo, no
de pueblo, en el que el ayuntamiento y los vecinos tienen un importante papel
en su gestión y dirección, lo que ha conseguido que en estos tiempos de crisis,
en que la cultura ha pasado a tener la consideración de un gasto superfluo para
el Estado y la sociedad, el museo siga vivo y a nadie se le ocurra caer en la
tentación de dejarlo morir o cerrarlo. Algo que tiene mucho que ver con la
forma en que se gestiona la obra expuesta, un acierto de Aguilera Cerni, que
impide estatutariamente comprar obra, evitando así el enorme desembolso que
supondría tener que acudir al mercado para actualizar los fondos. De esta forma
son los artistas los que le donan obra al museo, bien en depósito temporal o
permanente, lo que permite una renovación constante de la obra expuesta,
dándole a la exposición la frescura de la novedad permanente.
Pero lo que hace más interesante al Museo de Vilafamés es su colección, los
cuadros que cuelgan de sus paredes, o las esculturas que llenan las estancias,
como totems artísticos que nos hablan de cómo ha intentado el arte
contemporáneo atrapar el espacio y darle volumen a lo largo del siglo XX.
Aunque no hay grandes obras de referencia, ni una profusión de artistas
encumbrados por la crítica y el público, esto es sólo una apariencia de
la calidad que tiene el museo. A poco que se va paseando por las maravillosas
salas del palacio, uno va descubriendo obras significativas de importantes
artistas que, atrapados por la idea del museo, generosamente las donaron. Y si
no es este el lugar para ir desgranado nombres, si lo es para afirmar que el
arte contemporáneo español, con especial representación del valenciano, de la
segunda mitad del siglo XX, está presente en el museo, además de una somera
visión de las vanguardias anteriores a los años cincuenta. Desde el
informalismo, hasta el arte cinético u óptico, pasando por el pop art, las
abstracciones geométricas, el expresionismo tan presente a los largo de estos
últimos años, ya sea en su vertiente figurativa, ya sea en su vertiente
abstracta. El realismo, que con tanta fuerza volvió a partir de los años
setenta; el compromiso social de muchos artistas, que nunca han vivido ajenos a
la realidad que les rodeaba; el arte rupturista de los años cincuenta y sesenta
que denunciaba el simplismo moral y estético, teñido de moral religiosa y
dictadura, que promocionaba el régimen de Franco. Todo está en el Museo de Arte
Contemporáneo de Vilafamés, que cuatro décadas después de la visionaria idea de
un pueblo y un crítico de arte, ha conseguido que siga vigente su espíritu
inicial de convertir una localidad rural en centro internacional de arte
contemporáneo, sabiendo entender que las identidades colectivas no solamente están
en el pasado, se van construyendo día a día con el presente. Y en esto el arte
tiene mucho que aportar.