En el siglo XVII las profesiones que no entraban en el esquema de estructuración de la sociedad en estamentos, es decir: nobleza, clero y campesinado, estaban relegadas a un limbo de desprestigio en su consideración social, de tal forma que ser artesano, pintor, herrero, tendero o profesional de cualquier actividad manual o comercial era un estigma que pesaba mucho si alguien quería ascender en el escalafón estamental, como le pasó al gran Diego Silva Velázquez, el pintor del barroco español por mérito propio, que tuvo que litigar durante años, incluso teniendo el favor real, para que se considerara a la profesión de pintor como una actividad noble digna de poder entrar en el estamento de la nobleza, al que él aspiraba convirtiéndose en caballero de la Orden de Santiago.