Puede que
muchos opinen que la Iglesia católica acepta sin más el modelo social del
Capitalismo, pero no es así. La doctrina sobre el Capitalismo se ha ido
perfilando durante los últimos pontificados de modo que tenemos un visión muy
distinta a la opinión común que, por lo general, no es conocida. Entrando en
materia hay que decir que el mal del Capitalismo estriba en haber quedado
seducido por las palabras de la serpiente: seréis como dioses. La
dignidad humana queda reducida a un mero consumo y gasta más allá de sus
límites sin tener presente cuál es su dignidad como ser humano: la
transcendencia del orden natural y el sometimiento de lo natural a lo humano.
Lo que hace en realidad es crear unas estructuras de pecado que someten a los
hombres a la más dura esclavitud, la esclavitud del tener, de las posesiones,
por ello “las decisiones, gracias a las cuales se constituye un ambiente
humano, pueden crear estructuras concretas de pecado, impidiendo la plena
realización de quienes son oprimidos de diversas maneras por las mismas”[1].
El
Capitalismo, regido por la lógica del mercado únicamente, tiene unos límites
que la doctrina de la Iglesia ha dejado muy claros y que deben ser evitados
para que el Capitalismo pueda ser considerado como un sistema aceptable. Hay
exigencias humanas que no pueden dejarse a la libre decisión del mercado, ello
llevaría a caer en algo igual o peor que lo criticado al comunismo, en la
idolatría del mercado:
“Existen
necesidades colectivas y cualitativas que no pueden ser satisfechas mediante
sus mecanismos; hay exigencias humanas importantes que escapan a su lógica; hay
bienes que, por su naturaleza, no se pueden ni se deben vender o comprar.
Ciertamente, los mecanismos de mercado ofrecen ventajas seguras; ayudan, entre
otras cosas, a utilizar mejor los recursos; favorecen el intercambio de los
productos y, sobre todo, dan la primacía a la voluntad y a las preferencias de
la persona, que, en el contrato, se confrontan con las de otras personas. No
obstante, conllevan el riesgo de una ‘idolatría’ del mercado, que ignora la
existencia de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser simples
mercancías”[2].
Por ello
nos hacemos la pregunta que el mismo pontífice se hace:
“¿se
puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor
sea el Capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países
que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo
que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del
verdadero progreso económico y civil?”[3].
El
fracaso del Socialismo real no ha traído la desaparición de los problemas de
marginación y explotación, especialmente en el tercer mundo. Su caída no ha
sido el triunfo del bien y la justicia, antes bien, la injusticia ha aumentado
y el bien anda en retroceso. Por ello, como dice el Santo Padre, “existe el
riesgo de que se difunda una ideología radical de tipo capitalista” que en
lugar de afrontar los problemas para solucionarlos “confía su solución al libre
desarrollo de las fuerzas del mercado”[4].
Como
añade el actual Pontífice en Caritas in Veritate 36, sin nombrar el
Capitalismo, pero con referencia directa a su lógica: "La actividad
económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica
mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común, que
es responsabilidad sobre todo de la comunidad política. Por tanto, se debe
tener presente que separar la gestión económica, a la que correspondería
únicamente producir riqueza, de la acción política, que tendría el papel de
conseguir la justicia mediante la redistribución, es causa de graves
desequilibrios."
Creo que
la apreciación de la Iglesia sobre el Capitalismo es clara: tal como existe no
puede ser aceptado. Solo si se limita su alcance y se ponen trabas a su lógica
interna: el lucro, podemos decir que es un modelo aceptable. Pero el verdadero
modelo de la Iglesia es una economía humana, dentro de la lógica del don y
abierta a la gratuidad. Por eso podemos afirmar que no puede existir un modelo
capitalismo católico, aceptado como tal. A lo sumo podemos llegar a transigir
concierto Capitalismo, puesto que existe y no podemos eliminarlo, pero nunca
aceptarlo como el modelo cristiano.
[1]Centessimus
Annus 38. En el número 39 afirma el
papa “la libertad económica es solamente un elemento de la libertad humana.
Cuando aquella se vuelve autónoma, es decir, cuando el hombre es considerado
más como un productor o un consumidor de bienes que como un sujeto que produce
y consume para vivir, entonces pierde su necesaria relación con la persona
humana y termina por alienarla y oprimirla”.