Los medios audiovisuales pueden ser fuente de
nuevas leyendas y hasta de mitos, creadores de monstruos. Desde hace un par de
años, por ejemplo, el Chupacabras ha pasado a ser el protagonista de historias
muy diversas que han merecido la atención de los medios audiovisuales de
difusión masiva y de las revistas especializadas en fenómenos esotéricos,
extraterrestres y paranormales. ¿Qué es, quién es ese personaje de tan
sugestiva denominación? El Chupacabras es una criatura que se alimenta de
sangre. No es la única, por supuesto,
porque todos hemos escuchado las historias de vampirismo. Todos conocimos en su momento lo que sucedía
en el Haití de Duvalier. Todos hemos
vivido de una u otra manera realidades de esa naturaleza. Hemos visto abundantes películas y hasta una
serie de televisión con un vampiro curable, como lo fue Barnabás Collins.
El asunto del Chupacabras es que se sale de
las definiciones conocidas: su aspecto físico (cuerpo robusto, ojos pequeños y
rasgados, nariz prominente, cabello ondulado, color beige, manos con dedos de
uñas largas que podrían deberse a su afición por interpretar instrumentos de
cuerdas y que son usadas para desgarrar las carnes de sus enemigos, si fuere
indispensable, y orejas puntiagudas) y las formas que utiliza para alimentarse
(extraer sin prácticamente ningún otro daño la sangre de sus víctimas hasta
hacerlas morir) han hecho que la gente especule: ¿es una manipulación genética?¿es
un extraterrestre?¿es uno venido de dimensiones paralelas a la nuestra?¿es un
enviado de Dios para castigar los pecados de esta generación?¿es una plaga
viviente?
Las últimas explicaciones sobre su naturaleza
apuntan hacia estas versiones:
a) El Chupacabras es un mestizo de
extraterrestre con terrícola, monstruoso engendro nacido por error que tiene la
capacidad de reproducirse.
b) Es un experimento de manipulaciones
genéticas que falló y cuyos productos escaparon y se reproducen cumpliendo las
leyes de la adaptación de las especies.
c) Es un ingenio genético, fabricado con
intenciones políticas.
II.
El problema del Chupacabras es el mismo de la
Verdad. Sólo se tienen versiones sobre
él. No hay pruebas fehacientes de su existencia. No existe un corpus que permita verlo,
analizarlo, observar sus características, conocer sus intenciones y
necesidades, sacar conclusiones. Si se
quisiera hacer un estudio etnológico y/o etnográfico sobre el Chupacabras, no
se podría contratar un muchacho del pueblo X para que lo realice, y ni tan
siquiera a especialistas con grados académicos y conocimiento de otras lenguas,
pues no existe la referencia objetual,
como diría el padre Aristóteles.
Claro que si uno, invocando el aparataje
lógico y científico que ha aprendido durante dos o tres décadas de escolaridad
y rigor científico, dice esto, es inmediatamente desmentido por aquellos que
ponen la fe por encima de toda otra demostración. Y no hablo solamente de la fe en la
Divinidad, o en los postulados de cualquier religión o militancia, sino de otra
fe, más postmoderna: la fe en lo que transmiten los medios audiovisuales de
comunicación masiva, fe inserta en otra: la de obtener ganancias y prebendas
manifestándose como fervoroso creyente en las intransigencias y/o las
estupideces de los que detenten o pretenden detentar algún tipo de Poder. Por
esos uno no es desmentido, en el estricto sentido de la palabra, sino más bien
desmitificado y descalificado al otorgársele
los adjetivos de: a) ignorante, b) incrédulo, c) malintencionado, d)
burlón, e) irreverente, f) pelético, g) peletancudo y hasta un h) de clientelar,
traidor o buscón de salarios de deshonra a fuerza de negador de maravillas.
III.
De todas formas, ninguno de los que hoy versionamos la Verdad, en cuanto al
Chupacabras o los Vexilos o cualquier otro tema, podremos saber si esa Verdad
tendrá consistencia para ingresar al acervo de los pueblos por las vías del
mito, de la leyenda, de la ciencia o de la fe.
Habrá que esperar los hechos. Los
resultados que se verán en 13, 15, 27, 30, 42, 45, 60 años, o quizá más.