Corrupción económica

La Iglesia Católica, con esa sabiduría que ha ido refinando a lo largo de dos mil años sobre el pecado, sabe muy bien que detrás de un pecador siempre tiene que haber un diablo que nos haga caer en la tentación. Este binomio entre pecadores y demonios tentadores, ha sido uno de los instrumentos más eficaces de control social a lo largo de la historia, porque en la medida que fuéramos temerosos de las celadas para caer en el mal que nos tendían los ángeles del Averno, más capacidad de manejar nuestras vidas tenía la Iglesia, que ya nos amenazaba con frases del tipo: “en el pecado está penitencia”, es decir cuánto más grande fuera la transgresión de las normas impuestas por la Curia Romana, más duro sería el castigo. Siempre teniendo en cuenta que existían dos tipos de pecadores: la mayoría del pueblo o la plebe, para los que no había compasión en la penitencia, y los ricoshombres o gentiles, para los que siempre se podía mirar a otro lado si contribuían generosamente al sostenimiento de la Iglesia. Para eso se inventaron las bulas.

 

. Este binomio entre pecadores y demonios tentadores, ha sido uno de los instrumentos más eficaces de control social a lo largo de la historia, porque en la medida que fuéramos temerosos de las celadas para caer en el mal que nos tendían los ángeles del Averno, más capacidad de manejar nuestras vidas tenía la Iglesia, que ya nos amenazaba con frases del tipo: “en el pecado está penitencia”, es decir cuánto más grande fuera la transgresión de las normas impuestas por la Curia Romana, más duro sería el castigo. Siempre teniendo en cuenta que existían dos tipos de pecadores: la mayoría del pueblo o la plebe, para los que no había compasión en la penitencia, y los ricoshombres o gentiles, para los que siempre se podía mirar a otro lado si contribuían generosamente al sostenimiento de la Iglesia. Para eso se inventaron las bulas.
            Esta pequeña reflexión que parece una perogrullada, tiene un peso en la conciencia colectica de los españoles mucho más grande de lo que podamos creer. Es la herencia de un catolicismo implacable con el pobre y permisivo con el rico. Por eso, ante el gravísimo problema de corrupción que atraviesa España nos comportamos de manera diferente si este delito lo comenten los pobres, léase en este apartado los Partidos y organizaciones que surgen de la clase trabajadora y media, para los cuales podríamos aplicar el título de la película que dio un Goya a José coronado: “No habrá paz para los malvados”; o si viene cometido por las clases adineradas y los Partidos y organizaciones que los representan, para los que hay una permisividad social que roza la estulticia, motivada por nuestro subconsciente católico de ver y aceptar cómo durante siglos los poderosos se han escapado de la penitencia que debería llevar su pecado, otorgándoles la bula de la condescendencia social y electoral. Véase si no el comportamiento de la sociedad valenciana en las últimas décadas ante la corrupción.

            Pero como decíamos al principio no hay corrupción sin gusanos, ni corruptos sin corruptores. Si algunos, demasiados, políticos han caído en el pecado de la corrupción, es porque ha habido quien, estando en el otro lado de la puerta, les ha corrompido. Sin embargo, quizá por esa permisividad ante el pecado  de los ricoshombres, nadie juzga con la severidad que se debería a los empresarios y hombres de negocio que llevan años corrompiendo la política y la sociedad, para su beneficio empresarial y personal.  Si detrás de Gürtel, Brugal o Bárcenas, por poner algún ejemplo, hay una élite de empresarios que han financiado la corrupción política para obtener contratos ventajosos, o simplemente obtenerlos, en instituciones públicas, cabría preguntarse por qué la sociedad sólo pone el dedo acusador sobre el político, si ambos: empresarios y políticos, han participado de la misma trama de beneficios fuera de la Ley, a costa de las arcas públicas. Porque no nos debe caber la menor duda de que cuando un empresario reparte sobres, comisiones, dádivas y regalos, no lo hace por filantropía, y se resarcirá de ese gasto mediante sobrecostes, subvenciones y laxitud fiscal, creando un entramado muy complejo, en el que para trabajar con la administración hay que entrar en el juego de la corrupción, sin que nadie se atreva a denunciarlo.

            Pero hay otros tipos de corrupciones económicas. Vemos por ejemplo la corrupción fiscal, y no hablo de la política de rebajas de impuestos a los ricos y las empresas, auspiciada por los distintos gobiernos habidos en España desde mediados de los años 90s,  que ya, por sí misma, está en el centro del déficit financiero de este país. La corrupción fiscal tiene que ver con el desvío de ingentes cantidades de dinero a paraísos fiscales para no pagar impuestos en España, práctica habitual entre ricos (ahí está el caso Gao Ping) y grandes empresas; o establecer la dirección fiscal de una empresa en países que tiene una política impositiva hacia las empresas muy baja, como están haciendo algunas de las grandes multinacionales españolas o extranjeras que operan en España. Desgraciadamente este tipo de corrupción está siendo consentida por los gobiernos de turno, más preocupados por perseguir la fiscalidad de los trabajadores y clase media, que de poner fin a estas prácticas amorales, que tanto daño están haciendo a la economía del país, en tiempos de recorte del estado de bienestar.

            Por último, y no es que no haya más, está la corrupción financiera, ligada al sostenimiento de los Partidos, a través de créditos, que en muchos casos no se pagan, a cambio de leyes que favorecen a la banca: hipotecaria, de desahucios, de concentración financiera en pocas entidades, de protección de la banca frente a la crisis, de negación de la dación en pago, de consentimiento de prácticas abusivas en los contratos financieros, de permisividad a la hora de comercializar productos financieros altamente complejos a ahorradores corrientes, de indefensión del cliente bancario ante las malas prácticas de las entidades financieras. Un largo etcétera que ha permitido a la banca convertirse en la dueña de la vida y hacienda de millones de personas, sin que el poder político haya movido un dedo para impedirlo, mientras los banqueros y grandes ejecutivos de la banca se enriquecían a la  misma velocidad que engañaban a la sociedad. Pero también responsables consentidos de la burbuja inmobiliaria por el sobrecoste de los préstamos hipotecaros para pagar la subida desproporcionada del precio de la vivienda, mediante la manipulación de las tasaciones hipotecarias o el pago de comisiones a sociedades de refinanciación que aportaban clientes hipotecarios a los bancos que por su situación económica firmaban todo lo que se les pusiera delante, y la avidez a la hora de conceder préstamos sin un mínimo rigor en el análisis del riesgo, sabiendo que con la titulación de los préstamos hipotecarios el banco siempre ganaba.

            La corrupción económica, en sus diferentes facetas, tienen que ser combatida por la sociedad con la misma exigencia que la política, porque ambas son piedras de un  mismo saco, que está lastrando el bienestar de todos los que vivimos en este país, de grandes influencias católicas, por las que si te arrepientes en el último segundo de todas las maldades que hayas cometido en tu vida obtendrás la salvación.

UNETE



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