. Este binomio entre pecadores y demonios tentadores,
ha sido uno de los instrumentos más eficaces de control social a lo largo de la
historia, porque en la medida que fuéramos temerosos de las celadas para caer
en el mal que nos tendían los ángeles del Averno, más capacidad de manejar
nuestras vidas tenía la Iglesia, que ya nos amenazaba con frases del tipo: “en
el pecado está penitencia”, es decir cuánto más grande fuera la transgresión de
las normas impuestas por la Curia Romana, más duro sería el castigo. Siempre
teniendo en cuenta que existían dos tipos de pecadores: la mayoría del pueblo o
la plebe, para los que no había compasión en la penitencia, y los ricoshombres
o gentiles, para los que siempre se podía mirar a otro lado si contribuían
generosamente al sostenimiento de la Iglesia. Para eso se inventaron las bulas.
Esta
pequeña reflexión que parece una perogrullada, tiene un peso en la conciencia colectica
de los españoles mucho más grande de lo que podamos creer. Es la herencia de un
catolicismo implacable con el pobre y permisivo con el rico. Por eso, ante el
gravísimo problema de corrupción que atraviesa España nos comportamos de manera
diferente si este delito lo comenten los pobres, léase en este apartado los
Partidos y organizaciones que surgen de la clase trabajadora y media, para los
cuales podríamos aplicar el título de la película que dio un Goya a José
coronado: “No habrá paz para los malvados”; o si viene cometido por las clases
adineradas y los Partidos y organizaciones que los representan, para los que
hay una permisividad social que roza la estulticia, motivada por nuestro subconsciente
católico de ver y aceptar cómo durante siglos los poderosos se han escapado de
la penitencia que debería llevar su pecado, otorgándoles la bula de la
condescendencia social y electoral. Véase si no el comportamiento de la
sociedad valenciana en las últimas décadas ante la corrupción.
Pero
como decíamos al principio no hay corrupción sin gusanos, ni corruptos sin
corruptores. Si algunos, demasiados, políticos han caído en el pecado de la
corrupción, es porque ha habido quien, estando en el otro lado de la puerta,
les ha corrompido. Sin embargo, quizá por esa permisividad ante el pecado de los ricoshombres, nadie juzga con la
severidad que se debería a los empresarios y hombres de negocio que llevan años
corrompiendo la política y la sociedad, para su beneficio empresarial y personal. Si detrás de Gürtel, Brugal o Bárcenas, por
poner algún ejemplo, hay una élite de empresarios que han financiado la
corrupción política para obtener contratos ventajosos, o simplemente
obtenerlos, en instituciones públicas, cabría preguntarse por qué la sociedad
sólo pone el dedo acusador sobre el político, si ambos: empresarios y
políticos, han participado de la misma trama de beneficios fuera de la Ley, a
costa de las arcas públicas. Porque no nos debe caber la menor duda de que
cuando un empresario reparte sobres, comisiones, dádivas y regalos, no lo hace
por filantropía, y se resarcirá de ese gasto mediante sobrecostes, subvenciones
y laxitud fiscal, creando un entramado muy complejo, en el que para trabajar
con la administración hay que entrar en el juego de la corrupción, sin que
nadie se atreva a denunciarlo.
Pero
hay otros tipos de corrupciones económicas. Vemos por ejemplo la corrupción
fiscal, y no hablo de la política de rebajas de impuestos a los ricos y las
empresas, auspiciada por los distintos gobiernos habidos en España desde
mediados de los años 90s, que ya, por sí
misma, está en el centro del déficit financiero de este país. La corrupción
fiscal tiene que ver con el desvío de ingentes cantidades de dinero a paraísos fiscales
para no pagar impuestos en España, práctica habitual entre ricos (ahí está el
caso Gao Ping) y grandes empresas; o establecer la dirección fiscal de una
empresa en países que tiene una política impositiva hacia las empresas muy
baja, como están haciendo algunas de las grandes multinacionales españolas o
extranjeras que operan en España. Desgraciadamente este tipo de corrupción está
siendo consentida por los gobiernos de turno, más preocupados por perseguir la
fiscalidad de los trabajadores y clase media, que de poner fin a estas
prácticas amorales, que tanto daño están haciendo a la economía del país, en
tiempos de recorte del estado de bienestar.
Por
último, y no es que no haya más, está la corrupción financiera, ligada al
sostenimiento de los Partidos, a través de créditos, que en muchos casos no se
pagan, a cambio de leyes que favorecen a la banca: hipotecaria, de desahucios,
de concentración financiera en pocas entidades, de protección de la banca
frente a la crisis, de negación de la dación en pago, de consentimiento de
prácticas abusivas en los contratos financieros, de permisividad a la hora de
comercializar productos financieros altamente complejos a ahorradores
corrientes, de indefensión del cliente bancario ante las malas prácticas de las
entidades financieras. Un largo etcétera que ha permitido a la banca
convertirse en la dueña de la vida y hacienda de millones de personas, sin que
el poder político haya movido un dedo para impedirlo, mientras los banqueros y
grandes ejecutivos de la banca se enriquecían a la misma velocidad que engañaban a la sociedad.
Pero también responsables consentidos de la burbuja inmobiliaria por el
sobrecoste de los préstamos hipotecaros para pagar la subida desproporcionada
del precio de la vivienda, mediante la manipulación de las tasaciones
hipotecarias o el pago de comisiones a sociedades de refinanciación que
aportaban clientes hipotecarios a los bancos que por su situación económica
firmaban todo lo que se les pusiera delante, y la avidez a la hora de conceder
préstamos sin un mínimo rigor en el análisis del riesgo, sabiendo que con la
titulación de los préstamos hipotecarios el banco siempre ganaba.
La
corrupción económica, en sus diferentes facetas, tienen que ser combatida por
la sociedad con la misma exigencia que la política, porque ambas son piedras de
un mismo saco, que está lastrando el
bienestar de todos los que vivimos en este país, de grandes influencias
católicas, por las que si te arrepientes en el último segundo de todas las
maldades que hayas cometido en tu vida obtendrás la salvación.