. Deben
ser motivo de alegría pero a su vez, un desafío para mantenerlos y
mejorarlos.
El
trabajo es la participación efectiva y más digna en la Creción. No
es una maldición, como falsamente se interpreta el famoso pasaje del
Génesis. En efecto, luego de que Adán comiera la manzana prohibida,
le dice Dios: “Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que
vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado”(Gn 3,19). La condena
no es el trabajar, sino lo tedioso que ello nos resulte, producto de
la obnubilación que experimenta Adán a raíz de su desobediencia.
El
trabajo estuvo desde siempre en el plan de Dios. Es la maravillosa
forma de participar de la creación que nos ha confiado ¿Por qué
darnos tanto trabajo, pudiendo habernos ahorrado tantas fatigas? No
experimentaríamos el gozo de vivir, no apreciaríamos lo que ella
nos ofrece si no participaramos tan intimamente de ella. Dios es muy
sabio. Sabe que se aprecia mejor todo en la medida en que uno se hace
parte de lo que obtiene. El trabajo es la realización más plena del
hombre, la forma de experimentar lo que Dios realiza permanentemente:
crear. Tanto nos ama, que nos deja trabajar en lo que que creo. El
propio Hijo de Dios, haciéndose en todo semejante a nosotros, se
dedicó durante muchos años a actividades manuales, tanto como para
ser conocido como el «hijo del carpintero» (Mt 13, 55). Nos
realizamos en y con el trabajo. De ahí la importancia de
dignificarlo, mejorarlo, hacerlo siempre más humano.
Dice
Benedicto XVI en una alocución con motivo del día del trabajo “El
trabajo reviste importancia primaria para la realización del hombre
y para el desarrollo de la sociedad, y por esto es necesario que
aquél se desarrolle siempre en el pleno respeto de la dignidad
humana y al servicio del bien común”. Pero está al servicio del
hombre. No se debe idolatrar. “Seis días trabajarás y harás
todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para
Yahveh, tu Dios” (Ex 20,9). El domingo es día santificado, esto
es, consagrado a Dios, en el que el hombre comprende mejor el sentido
de su existencia y también de la actividad laboral. La enseñanza
bíblica sobre el trabajo halla su coronación en el mandamiento del
descanso no como ocio, sino como alabanza al Creador. El descanso
permite a los hombres recordar y revivir las obras de Dios, desde la
Creación a la Redención, reconocerse ellos mismos como obra Suya
(Cf. Hf 2, 10), dar gracias por la propia vida y por la propia
existencia a Él, que es su autor.
Hugo Tagletwitter: @hugotagle