. Porque este
majadería sólo pude esconder un populismo de fácil consumo que oculta la
voracidad de poder y dinero del político que está detrás de él, o simplemente
la falta de ideas que provocan una huida hacia adelante tratando de maquillar
la vacuidad política del dirigente de turno. Cualquiera de los dos casos son
malos para la democracia y para la ciudadanía, porque acaban distorsionando la
realidad, hasta tal punto, que la percepción que tendremos de ella terminará
siendo falsa. Tenemos el ejemplo en Castellón del político populista, de
carácter autoritario y comportamiento siciliano, en el anterior presidente de
la Diputación, Carlos Fabra, que prometía el Dorado para Castellón, cuando lo
único que se convertía en oro era su cuenta corriente. Sin embargo durante años
tuvo hipnotizada a gran parte de la población castellonense, de tal forma que
cuando en un programa de la televisión se preguntó por la calle a
castellonenses qué opinión les merecía Carlos Fabra, la mayoría contestó que
buena, porque había hecho muchas cosas por Castellón; pero a la pregunta de
cuáles, nadie supo decir ni una sola.
La
experiencia del populista ya la hemos sufrido, y ahora que parece nos vamos
librando de ella, aparece el político que para disimular su falta de ideas,
promete sandeces sin pensar en el ridículo que pude estar haciendo ante los
ciudadanos. Este papel lo acaba de representar el alcalde de Castellón, Alfonso
Bataller, al proponer elaborar un PGOU para cien años; como ustedes lo leen:
100 años. El alcalde no es capaz de solucionar los gravísimos problemas que
tiene la ciudad y sus habitantes a corto plazo y propone diseñar una ciudad
para un siglo. Es decir, como el que mucho abarca poco aprieta, el nuevo PGOU
se quedará en un pastiche, alejado de las necesidades de desarrollo sostenible
y el bienestar de la ciudad. Eso si antes el Tribunal Supremo no da la razón al
equipo de gobierno municipal y acepta el recurso de casación que ha presentado
en contra de las resoluciones judiciales que anulan el PGOU anterior.
Pero
más allá de dentro de cien años todos calvos, la propuesta del alcalde tiene
aristas que se deberían reflexionar. Primero el tiempo de duración. Un PGOU no
debe planificar el desarrollo de la ciudad a más de treinta años vista, para
que sea posible su realización, y porque más allá de ese tiempo la realidad
social y urbana cambia tanto que es bueno no revisar el PGOU en vigor, sino
hacer uno nuevo. Pero claro eso exigiría una celeridad en el cumplimiento de
los plazos a la que la actual derecha
gobernante no parece estar preparada, si tenemos en cuenta que el TRAM lleva casi
quince años de construcción y todavía no se ha terminado la primera línea. Otra
de las aristas cortantes está en la convocatoria. Dijo el alcalde que iba a
consultar a todos los colectivos ciudadanos antes de empezar a elaborar el
Plan, lo que es una intención loable si se escucha y atienden las propuestas de
estos colectivos. Sin embargo: ¡Ay misero
de mí!.../ ¿No nacieron los
demás?/Pues si los demás nacieron,/ qué privilegios tuvieron/que no yo gocé
jamás”, se preguntarán, al igual que
Segismundo lo hizo en su soliloquio de “La Vida es Sueño” de Calderón de
la Barca, aquellas organizaciones que no han sido convocadas a tamaña
discusión, sólo porque no son del agrado del alcalde, a pesar de que sean tan
importantes como los Sindicatos, las asociaciones ecologistas, o los dueños de
aeroclub, lugar donde se quiere levantar la Ciudad de las Lenguas, o dejando
ausentes a los colectivos culturales de la ciudad. Mal empiezan los concejales
del Partido Popular, si tratan de diseñar una ciudad contando sólo con sus
amiguetes, y la oposición por exigencia política.
Hace unas semanas tuve la
oportunidad de reflexionar sobre por dónde debería planificarse el futuro de la
ciudad en la serie de artículos que escribí en este mismo diario, bajo el
título de: “Castellón la ciudad posible”.
No voy a repetir aquí lo que ya expuse, pero me gustaría dejar caer algunas
ideas sobre el futuro PGOU. El principal objetivo que debe tener es el
bienestar y la calidad de vida de los ciudadanos de Castellón, si ese no es el
eje transversal del Plan habrá fracasado desde el punto de vista democrático y
será el de intereses ajenos a la mayoría de la sociedad. Para ello, a mi
juicio, debería pivotar en torno a varios puntos principales, que se pueden
resumir en un urbanismo integrador que haga que cualquier vecino se sienta
parte de la ciudad; un transporte público cómodo, barato y eficiente que
vertebre la ciudad en torno a esa integración urbana; el desarrollo de
políticas medioambientales que pasen por la eficiencia energética, apostando
por las energía alternativas, el transporte público, la reducción de los
elementos contaminantes de la atmósfera y una gestión del agua basada en el
ahorro y no el despilfarro; la creación de una economía sostenible basada en la
diversificación industrial, el turismo de calidad, la investigación, la
formación y la cultura, como piezas claves para el sostenimiento del resto de
las actividades económicas, desarrolladas en el sector servicios o financiero;
la inequívoca apuesta por el Corredor Mediterráneo, sin servilismos partidistas;
una política fundamentada en el empleo y no en el paro, en la que en
Ayuntamiento debe ser actor principal de su aplicación; la construcción de
infraestructuras que respondan a las necesidades de la población y la economía
sostenible, colocando a Castellón en la senda del siglo XXI.
De estas ideas, junto a otras que
puedan aflorar en el debate, tiene que surgir el Castellón de los próximos
años, teniendo en cuenta una cosa importantísima: nos jugamos el futuro. El
nuevo PGOU tiene que hacer de Castellón una ciudad honesta, agradable para
vivir y preparada para los nuevos retos que van a surgir a lo largo de este
siglo. Tiene que darle la capitalidad de su territorio, no en competencia con
otras ciudades del Mediterráneo o pueblos de la provincia, sino en colaboración
y solidaridad con todos ellos.