"Hay una fortaleza en el Sur, donde hace algunos años se cometió un asesinato", la lapidaria frase que sube y baja el telón de Reflejos en un ojo dorado (John Huston, 1967), sirve como irrefutable prueba de la condición de polémica de una película tremendamente adelantada a su época. Cierto es que las décadas de los 50 y los 60, caracterizadas por la apertura de Hollywood hacia nuevas temáticas, también nos regaló obras como La gata sobre el tejado del zinc (Richard Brooks, 1958), La calumnia (William Wyler, 1961) o El graduado (Mike Nichols, 1967), fabricadas en torno a temas que convergen en Reflejos en un ojo dorado como son la pasión contenida, la atracción sexual, el adulterio e, incluso, la homosexualidad. Por tanto, esta infravalorada obra de Huston, adaptación de la novela homónima de Leonora Penderton a partir de un guión de -entre otros- Francis Ford Coppola, reincide en senderos ya recorridos por los citadas films, lo que no resta un ápice de atractivo a una obra cuyo mayor aliciente, en efecto, es ver al viril, al rudo, a ese icono de la masculinidad llamado Marlon Brando convertido en un militar gay. A su lado, su flamante esposa: una Elizabeth Taylor, en un personaje que es una mezcla entre la sensualidad de Maggie La Gata y el carácter autodestructivo de Martha, en el que fue otro de sus grandes papeles: ¿Quién teme a Virginia Woolf? (Mike Nichols, 1966)