. No hay día que
no leamos una noticia en la que se nos anuncia que ésta u otra situación ha
vuelto a niveles olvidados de aquellas décadas. Parece que nos están haciendo
creer que los últimos diez o quince años no han existido, salvo en nuestro
subconsciente, proyectados en una falsa imagen de la realidad que hemos vivido
de ricos y arrogantes, tratando, con esta vuelta al pasado, de empezar de cero,
para que los culpables de la nefasta situación que vivimos en España queden
borrados de nuestra memoria, como si nunca hubieran existido. Reducir el estado
de crisis actual a la fatalidad histórica que arrastra este país desde los
tiempos de “Mari Castaña”, que ahora hay que resetear, para que se borre todo
lo que se ha hecho mal, mejor dicho, todo lo que han hecho mal, es la coartada
de los que han detentado el Poder (con mayúsculas) durante los años que han
vivido en la borrachera del enriquecimiento fácil y el derroche del patrimonio
público, es decir, suyo y mío, para ocultar sus culpas y poder seguir siendo
ellos los que manejen los hilos de nuestras vida.
En
la época de Franco se le echaba las culpas de todos los males de España al
“contubernio” judeo-masónico-comunista; en palabras vulgares del pueblo, a los
rojos. Era una estrategia sencilla para que los prebostes del Régimen pudieran
hacer y deshacer a sus anchas sin que nadie les pidiera cuentas, mientras ellos
esquilmaban el país a costa de la miseria y el empobrecimiento de la mayoría de
la población. (Llegado a este punto recomiendo ver la película de Carlos
Iglesias: “Un franco 14 pesetas”, y preguntarse por qué en Europa se vivía con
un bienestar que estaba a años luz de lo que había en España). Algo similar
está sucediendo hoy, como si la historia volviera a repetirse y los españoles
tuviéramos que cumplir eternamente un castigo olímpico al igual que Sísifo,
castigado por los dioses del Olympo a subir una enorme piedra por una empinada
montaña, para que siempre, cuando estaba a punto de alcanzar la cima, la piedra
rodara cuesta abajo, teniendo que volver a empezar el ascenso con la pesada
carga. Aunque quizá nuestro pecado original sea el de confiar nuestro destino a
dirigentes facinerosos, incapaces de pensar en el bien común si este se interpone
en el beneficio suyo y de su clan.
La
palabra contubernio es una palabra fea, que nos trae recuerdos a muchos de un
pasado gris, en el que nuestra condición de ciudadanos quedó reducida a la de
súbditos. Por eso aplicarla ahora genera cierta tensión dialéctica, sobre todo
a los que ya tenemos medio siglo a nuestras espaldas y conocemos bien el
significado político y social de ese término. Sin embargo resulta difícil no
utilizarla para señalar a quienes están llevándonos hacia atrás, ensanchando la
brecha entre ricos con derechos y pobres con migajas de esos derechos. Porque
de qué otra manera se puede definir a ese grupo de poderosos que están
arruinando esta sociedad, no sólo económicamente, también social y
culturalmente. Cómo podemos hablar si no del poder financiero que está ahogando
a la ciudadanía, si no es aplicando la palabra contubernio, que está
destruyendo el bienestar de la inmensa mayoría de la población. De la Iglesia con su doble lenguaje de
pobreza, para ser ellos quienes administran la caridad de los ricos que tanto
defienden; de políticos que son más cortesanos que representantes del pueblo;
de empresarios irresponsables que sólo piensan en explotar y defraudar al
fisco; de nacionalistas de diferentes banderas que sólo quieren mear en su
territorio para que nadie les reste poder; de unos medios de comunicación que
se han convertido en voceros de los poderosos, con mensajes que tratan de
instalar el miedo en nuestras mentes, para que nuestra capacidad de pensar
quede anulada por el temor a la realidad que nos rodea. (Recomendable ver la
película de Michael Moore: “Bowling for Colombine”, sobre cómo utiliza el Poder
el miedo en la sociedad, y qué efectos tiene sobre los comportamientos de
ésta).
Después
de haber fracasado al echar la culpa a la población por su comportamiento
irresponsable, acusándonos de haber vivido por encima de nuestras posibilidades;
cuando la sociedad se empieza a rebelar contra tanta mentira y corrupción
planificada por el Contubernio, ahora la solución es volver al pasado con un
despliegue mediático que sólo tiene como intención rendirnos a valores e
instituciones que sirvieron hace treinta años, pero que ya están obsoletas y
son incapaces de responder a las necesidades de la sociedad española actual. A
qué viene tanta propaganda de La Transición como un ejemplo a seguir, cuando la
Historia lo que hay que hacer es conocerla (justo lo que no se hace
adecuadamente en las escuelas), y no recrearse en ella. Quizá sea para darle
brillo a una clase política desprestigiada, a un Constitución que clama a
gritos su reforma, o a una monarquía desgastada, que siempre ha ido de la mano
del poder. La entrevista al rey con que nos hemos desayunado este principio de
año, es la prueba más evidente de que la monarquía no es capaz de liderar el futuro
de una España de progreso y democrática en el siglo XXI, de bienestar y reparto
de riqueza, y alejada del Contubernio actual del poder. Quizá porque ella
también pertenezca a él.
La
crisis nos está enseñando que todo lo habido hasta ahora ya no sirve para
preservar el interés de una sociedad moderna, democrática y desarrollada. Y no
se trata de hacer borrón y cuenta nueva; ya tenemos demasiadas experiencias en
este país, sobre “Nuevas Españas”, como para caer en el mismo error. Se trata de
cambiar lo que se ha quedado obsoleto; de modificar lo que ya no es suficiente;
y de resguardar lo que vale, sobre todos
los valores de democracia, tolerancia y bienestar, para que nadie nos vuelva a
amenazar, con el único fin de justificar sus actuaciones en defensa del
Contubernio, con un año 2013 difícil, o que ninguna empresa española vuelva a
contratar corruptos y sinvergüenzas con salarios de vértigo, por el mero hecho
de ser miembros del Contubernio que está arruinando el país.