El ser humano ha estado intentando volar desde mucho antes que comenzara la Era Cristiana. En las monedas de Babilonia, 3500 antes de Cristo, se veía al rey Etena volando sobre el lomo de un Águila. Dos mil quinientos años más tarde, los chinos inventaban unas chichihuas o cometas que cargaban a los hombres hacia el ejército y las tropas. Esta increíble hazaña fue observada en 1300, de la Era Cristiana, por el aventurero Marco Polo que se impresionó con la visión de todos estos humanos llevados por la fuerza del viento por estas hermosas cometas. Antes de que Marco Polo reparara en la magia tecnológica de los chinos, una persona en Turquía ya había muerto por el deseo de volar. En 1162, en Constantinopla, un hombre se lanzó desde una torre hacia su muerte utilizando unas alas con pliegues y dobladillos. Cincuenta y dos años antes, un monje inglés de nombre Eilmer se lanzaba, también con dudosas alas, desde la abadía. Se rompió ambas piernas pero sobrevivió. Más tarde, la historia de la aviación conoce el primer modelo de una máquina voladora diseñada por el genio italiano Leonardo Da Vinci. El artista y científico utilizó a las aves como sus modelos. Años después, un francés llamado Denis Bolor trató de volar utilizando unas extrañas alas que aleteaban casi automáticamente debido a un resorte que le había integrado al diseño. Sin embargo, al lanzarse a volar el resorte se rompió y Bolor se mató en el intento. No fue hasta el año 1600 cuando otro templado héroe lograra volar una pequeña distancia antes de aterrizar a salvo en una plaza. El personaje fue Hazarfen Celebi quien saltó desde una torre en Gálata y ganó así su lugar en la historia de la aviación.