El hecho de no ser, ni de lejos, la mejor adaptación cinematográfica de una novela de Stephen King, es un apunte no resta mérito a la capacidad de Los chicos del maíz (Fritz Kiersch, 1984) para provocar pánico en el espectador. Auténtico clásico del terror gestado dentro de esa oleada de títulos del género que dio la década de los ochenta -con Pesadilla en Elm Street (Wes Craven, 1984) o Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980) como máximos referentes que, como la propia Los chicos del maíz, también derivaron en una lista interminable de lamentables secuelas-, estamos ante una de las películas más perturbadoras de la época, condición que permanece inalterable a pesar de que en algunos aspectos -principalmente en lo referido a efectos especiales y visuales- no ha soportado muy bien el paso del tiempo. Y eso que su esencia temática ya fue explorada en producciones anteriores como ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976), El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960) o La profecía (Richard Donner, 1976).