. Quizá sea esta la manera que tenemos los humanos
de enfrentarnos a una realidad que, si no nos deprime, pensamos que es
manifiestamente mejorable. La esperanza, que es una virtud teologal, pero
también uno de los motores que nos hacen mirar hacia adelante con ilusión, si
la despojamos de sus connotaciones religiosas, nos carga de motivaciones para
afrontar el año que empieza con mayor disposición de seguir avanzando hacia no
se sabe, nunca lo sabremos, bien dónde, porque la vida es incertidumbre, y es
gracias a la esperanza por lo que podemos encararnos a la oscuridad del futuro
sin miedo a lo desconocido.
Pero a fin de cuentas los años son
medidas de tiempo convencionales que sólo sirven para poner orden en nuestra
vida, marcando un ciclo temporal perfectamente asumible para nuestras mentes
racionales, sobre todo en una sociedad en la que la velocidad impuesta a
nuestras vidas, requiere olvidar rápidamente lo pasado, para adentrarnos en un
nuevo torbellino de prisas que nos
impidan detenernos a pensar por qué y para qué hacemos lo que hacemos. Sin
embargo nuestros ciclos vitales son distintos, tienen otro tempo diferente a
los trescientos sesenta y cinco días que marca el calendario. Unos de largo
recorrido, que vienen marcados por nuestros ritmos biológicos: infancia,
adolescencia, juventud, adultez, madurez y vejez, a los que deberíamos prestar
más atención, para poder vivirlos en toda su plenitud (resulta curioso que la
infancia sea la única etapa de nuestra vida en la que somos realmente felices);
la consciencia del momento en el que estamos viviendo nos permitiría organizar
mejor nuestra vida y proyectarla hacia las etapas siguientes. Al igual que hay
otros ciclos más cortos que tienen que ver con los ritmos de la naturaleza, con
las estaciones del año que inciden determinantemente en nuestro estado de
ánimo. Si pudiéramos adecuar, al igual que se hacía no hace muchos años,
nuestra actividad a los periodos estacionales, es posible que sacáramos mayor
provecho de lo que hacemos. ¿Cómo podemos tener el mismo tono vital en
primavera que en otoño? Sin embargo la sociedad actual nos exige que hagamos
tabla rasa sobre nuestros biorritmos y
nos comportemos siempre de la misma forma.
Algo parecido sucede con la sociedad,
que tiene unos ritmos vitales que muchas veces no somos capaces de entenderlos,
porque exigimos que su comportamiento, su statu quo se mantenga inalterable, no
acertando ya a intuir los cambios que se avecinan para poder controlarlos, sino
que nos negamos a aceptar que tiene un periodo de vida que con el tiempo se
deteriora y hay que introducir nuevas formas de funcionamiento que las adapten
a los cambios para poder seguir avanzando. Sobre todo porque una sociedad es un
ente muy complejo de equilibrios y desequilibrios de intereses que, en muchos
casos, pugnan por imponerse y en otros se busca acomodarlos en el bien común.
Teorías filosóficas que explican el comportamiento del hombre (utilizo hombre
como neutro genérico) en sociedad ha habido muchas a lo largo de la historia.
Pero básicamente se reducen a la teoría del equilibrio entre contrarios que
desarrolló Aristóteles (antes lo hizo Heráclito con una exposición muy radical
que sostenía que el mundo existía mientras existiera una de las partes),
conocida como virtud aristotélica, que sitúa al equilibrio entre las partes en
el término medio, siendo esta prudencia la que conduce a la sabiduría. Posteriormente,
el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679) en su obra Leviatán, sostuvo que
el hombre es un lobo para el hombre y que por tanto debe subordinarse a un
gobernante del que emanan las Leyes que nos impiden despedazarnos.
Posteriormente el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) establece
que el individuo, para convivir en sociedad y protegerse de la barbarie,
necesita de un contrato social, del que emana el Derecho, por el que cede parte
de su libertad para la convivencia, mediante la voluntad general.
Pero este concepto de equilibrio tiende
a romperse en una sociedad con el desgaste del tiempo. Si fuéramos capaces de
entender que también las sociedades tienen ciclos vitales, nos anticiparíamos a
los desajustes. Pero no es así, y esto provoca que se rompa el equilibrio de
intereses, esencial en una sociedad democrática, entrando en colisión las diferentes
clases sociales, en donde los más poderosos, los que ostentan el poder
económico, político, religioso y mediático, suelen tratar de imponer su
voluntad, a costa de la gran mayoría. Este es el resumen del año que termina,
marcado por la anticipación del neoliberalismo gobernante, al que
negligentemente le hemos dado un poder excesivo, que ha roto la balanza de
equilibrios existentes hasta la fecha, traducido en pérdida de derechos,
empobrecimiento de la población, y ruptura del estado de bienestar. Por eso, si
somos capaces de ver la situación actual como un ciclo más largo que el de un
año, el 2013 va a ser un año difícil, en el que debemos volver a ocupar la
posición que hemos perdido, para que la Ley vuelva a restablecerse en el ámbito
del contrato social, y no tengamos que sufrir las dentelladas del lobo en el
que el neoliberalismo del siglo XXI se ha convertido. Esa es nuestra esperanza
colectiva de mejorar el año próximo. Porque sin ella, las esperanzas
individuales de cada uno caerán por un enrome agujero negro, del que será muy
difícil salir. Que la sociedad se esté transformando no significa que tengamos
que renunciar a nuestros derechos individuales y colectivos.