Cada uno puede tener sus motivos para estar feliz, y seguro que todos son ilusiones. La felicidad no es más que un leve estado transitorio entre el tedio y la embriaguez, pero hay que agarrarse a él para no sucumbir al desánimo en medio de un mundo en vías de extinción o caer en la borrachera de los sentidos. A veces tengo la sensación de el último romano, pero deseando que acabe ya la farsa y comience de verdad la historia. Todo lo vivido hasta ahora no han sido más que los pródromos de otro mundo realmente posible, siempre preterido, pero al que se accede mediante mucha violencia, como así lo afirmara Jesús en el Evangelio.