En el cerro Larraín de Valparaíso estaba
enclavado el Convento de las Carmelitas, monjas de claustro, que tenían una
propiedad amurallada que ocupaba toda una manzana.
De niño recuerdo que en los hombros de
papá, volviendo de la casa de mi abuela que quedaba en Barón, el cerro del
lado, parábamos en esa esquina, frente a una imagen del Sagrado Corazón que
siempre estaba iluminada, y mi madre hacía una oración. 200 años de
historia estaban concentrados en esa esquina. Al frente estaba la
Iglesia El Pilar, donde ocurrieron todos los hitos familiares, el casamiento de
mis padres, el mío y de mis hermanas, mi Primera Comunión, los catecismos de
infancia. El Convento era un hito histórico de la ciudad de Valparaíso.
Pero el diablo metió la cola. Y lo hizo
vestido de empresario inmobiliario para ofrecer su oro a clérigos ambiciosos
que, entre gallos y medianoche, acordaron vender ese patrimonio y dejar que
allí, la historia, la cultura, la identidad, fueran aplastados bajo los
cimientos de dos horribles torres de cerca de 20 pisos. Torres que usurparon la
vista al mar que siempre tuvo ese barrio, torres que sombrearon por siempre un
sector donde la vida transcurría entre vecinos que se conocían y se saludaban
diariamente. En sustituto, el capitalismo salvaje e invasivo llenó el sector de
individuos foráneos, que ignoran y desprecian el entorno, que marchan
encerrados en sus automóviles, con el dinero como único o principal motivación
de sus vidas. Así se destruyó un espacio valioso de Valparaíso, ante la
permisividad de un sistema que también claudica ante el dinero y le llama
falsamente “inversión”. Porque una inversión se supone que tiene un efecto
multiplicador positivo y en el caso de estas invasivas inmobiliarias, nada de
eso hay, sólo la ambición por ocupar antes que otras un territorio apetecido
para su negocio.
Recuerdo haber visto en Europa como cada
edificio emblemático se protege, se le da valor turístico, se proyecta en su
historia, que podría ser real o fruto de la leyenda, pero que se mantiene para
las futuras generaciones, sin depredar el entorno en que se ubica. Lo mismo vi
en Arequipa, la ciudad blanca, en el Monasterio de Santa Catarina, un museo que
cuenta la historia de la Colonia, de la inquisición, de los silicios con que
las religiosas debían castigarse para reprimir sus deseos de vida. En general,
los países preservan su historia, pero en Valparaíso la ciudad ha sido presa
fácil de los intereses inmobiliarios, los mismos que se apoderaron de las dunas
de ConCón, los que inundaron el borde costero hacia Quintero de torres
amontonadas que en unos años más serán verdaderos mausoleos y monumentos a la
aberración urbanística.
No funciona definitivamente el laisez
faire, laisez passer. Cuando el libertinaje se confunde con libertad, la ley
del más fuerte va degradando la calidad de vida y genera un peligroso ánimo de
resentimiento. Una autoridad legítima debe hacerse cargo de las
preocupaciones ciudadanas; pero si aparece la colusión entre agentes públicos y
esos actores privados que quieren apoderarse de todo, sin considerar a la
ciudadanía, la cosa va muy mal.
El resultado de este mercado imperfecto
y concentrador es que se avasalla la cultura, se pisotea la historia, se
compran en pos de la codicia conciencias y territorios, para dejar nada, para
afear las ciudades en el cortoplacismo del lucro y la codicia. Cuando se quiera
echar marcha atrás, el capitalismo salvaje nos habrá llenado de cemento y del
patrimonio intangible, que son las personas, no quedará nada, sólo ciudades sin
alma. Detengamos la tendencia a tiempo o veremos como Valparaíso seguirá
perdiendo su ethos cultural de arcada multicolor con esos adefesios que han
surgido como conventillos 2.0, afeando la ciudad e irrespetando la
esencia de los barrios porteños.
Cuando nuestros nietos nos pregunten ¿y
cómo permitieron que esto ocurriera? ¿Qué podremos contestarles?
Periodismo Independiente, 15 de
diciembre de 2012.
,
Interesante análisis, pero debe recordar que el terreno, no se vendió solo, ni fue usurpado, por otro lado debe recordar que el crecimiento poblacional de Valparaíso, ha hecho que no se tengan terrenos donde comprar o donde vivir, hay autoridades que manejan el plan regulador de Valparaíso, ellos son los encargados de autorizar o no... y esto viene de varios gobiernos atrás, solamente hay que ver Av. Errázuriz para darse cuenta de murallón de edificios que están erguidos, respecto a los habitantes del edificio al que ud menciona, ellos lo único que quieren es un lugar tranquilo donde vivir al igual que Ud, el que tengan o no vehículos, algo personal, al final el no tener vehículos, hace que se enriquezca a los transportistas.
Respecto al patrimonio de Valparaíso es escaso y nulo, no hay historia, ni se percibe en la arquitectura, casas sin mayores diseños hechas de improviso, una ciudad hecha de forma desordenada, sucia , hedionda a orina en sus escaleras , con miles de perros vagos, que se incomunica de forma fácil, que se incomunica cuando hay accidentes av España creo que es mas importante.
si ud. tiene una solución a los problemas que ha mencionado en su nota ... hágalo publico... en vez de venir con problemas llegue con soluciones, como el erradicar las tomas, los problemas de agua, o el mismo hecho de que no hay terrenos en Valparaíso, por ese motivo que existen los edificios, que de por si, cada departamento sale carísimo y con una miseria de metros cuadrados y algunos prefieran vivir en una caja de fósforo que irse de esta ciudad