Todos, de niños, hemos jugado con cualquier cosa que se pusiera a nuestro alcance. El juego, en el niño, es la base para la construcción de la personalidad, para el encuentro con los otros, para el contacto con el mundo. La realidad humana nace del encuentro lúdico con las cosas, con los objetos, con las personas; antes de llegar a ser persona cabal, el hombre es homo ludens. En interés, la búsqueda del lucro, el afán por acumular son posteriores. Si alguien pudiera imaginar un niño en el que esto fuera previo al juego, al desinterés, al olvido de sí en medio de las cosas, entonces no hablaríamos de un niño, sino de un monstruo. Sería un ser cerrado sobre sí mismo, en búsqueda constante de satisfacer un ego desbordado, con una mirada especular, vítrea, incapaz de penetrar en las cosas, viendo únicamente el reflejo de se deseo inmoderado en ellas. Un ser así no merecería ser considerado un humano. Pues bien, esto es lo que está sucediendo en la actualidad con la mercantilización de la existencia.