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Las primeras concentraciones de humanos tuvieron que desarrollar un cuerpo de
identidades culturales y religiosas para dar cohesión al grupo e interpretar
todo aquello que les producía un vacío intelectual que les abocaba al miedo.
Por eso la cultura, desde la prehistoria, ha estado ligada a la parte
intangible de nuestras sociedades, pero no por ello en una posición de
debilidad. Gracias a ella la inmaterialidad de las artes, las identidades
colectivas y la transmisión del saber, han tenido y tienen una fuerza de tal
magnitud, que cualquier civilización y/o cualquier cambio si no están sostenidos
por una buena base cultural, se verán sometidos al fracaso.
En nuestra civilización
el contenedor capaz de albergar el desarrollo de la cultura han sido las
ciudades. Quizá porque éstas van ligadas al espíritu gregario de los humanos.
Es inconcebible cualquier manifestación cultural si no va dirigida a los demás
o la comunidad. Y este espíritu comunitario, de relaciones interpersonales, de
búsqueda de lazos comunes, y exploración de lo desconocido, mejor que en ningún
otro sitio, se ha dado en las ciudades. Tebas,
Atenas, Alejandría, Roma, Londres, Paris, Salamanca, Madrid, Valencia,
Barcelona, Berlín, Nueva York, Moscú, etc., son todas ellas ciudades que, en
diferentes momentos de la Historia, han sido los centros más importantes de
generación cultural irradiada al resto del mundo, exportando identidades que al
final han traspasado la frontera de su
ámbito territorial, para convertirse en signos culturales de amplias zonas
geográficas.
Por eso la cultura, ya
sea en sus manifestaciones más localistas, ya sea en un ámbito global que da
carácter a geografías mayores, debe ser tratada con mimo, y las ciudades, en
este mundo de comunicaciones veloces y fáciles,
tienen que seguir cumpliendo el papel de salvaguardarla, crear nuevas
manifestaciones y animar a que los
ciudadanos participen, bien como actores pasivos, en su condición de
consumidores de cultura, bien como agentes activos que generan expresiones
culturales. Porque una ciudad anodina culturalmente es una ciudad muerta y
parasitaria.
No es esta, exactamente,
la situación cultural de Castellón, pero de seguir así, acabará en el
cementerio de las ciudades aburridas, en donde nada pasa y todo se transforma
en el consumo facilón de cultura y casticismo barato. Se ha confundido la identidad cultural de la
ciudad con la Fiesta y todo lo que gira en torno a ella, dejando a un lado,
como pieza de museo aparcada, las manifestaciones culturales que no entran en
el esquema de desfiles, gaiatas, trajes y romería. Un casticismo barato, que huele a naftalina,
tan del gusto de la derecha conservadora y rancia de la ciudad, bendecida por
la Iglesia, que ha sido capaz de contagiar a los sectores liberales y
progresistas, haciendo que cualquier intento de modernizar la Fiesta, se
considere como un atentado irrespetuoso a la identidad cultural de la ciudad.
Durante unos años pareció que el ánimo cultural subía
gracias a la creación del ente Castelló Cultural que fue capaz de situar a
Castellón en el mapa de las giras de los grandes gurus de la cultura. La
rehabilitación del Teatro Principal fue un aldabonazo al disfrute del buen
teatro que se estaba haciendo en España. La apuesta por las vanguardias
culturales que supuso el EACC en sus primeros años, consiguió colocar a
Castellón en los círculos del arte más contemporáneo del mundo occidental;
lástima que el puritanismo moral de la derecha, acabara con una experiencia
interesantísima, que estaba convulsionando los cenáculos artísticos y
culturales de la ciudad, o quizá por
eso. El Museo de Bellas Artes es una joya arquitectónica como contenedor de
obras de arte, que podría haber aprovechado más su capacidad para articular
actividades culturales y artísticas, y sin embargo dormita en el sueño de los
justos, por una pésima gestión de los dirigentes políticos locales, que
solamente han apostado por poner en valor el patrimonio artístico afín a su
visión conservadora de la sociedad. El Auditori ha gestionado durante unos años
una programación que se podría calificar de excelente, y ha generado sinergias suficientes como para
abrir sus puertas a la creación musical autóctona de Castellón. Todos ellos son
centros que, con mayor o menor éxito, han cumplido un papel fundamental en la
regeneración cultural de la ciudad y su área metropolitana. Sin embargo la
visión mercantilista de la derecha gobernante, azuzada por la crisis, se ha
impuesto reduciendo peligrosamente las actividades culturales a niveles del
siglo pasado. Mentalidad mercantilista que ha consentido que Castellón no tenga
ninguna sala cine en el centro de la ciudad, reduciendo toda su oferta a dos
multicines de programación comercial instalados en su periferia.
¿Dónde ha estado el Ayuntamiento durante todos estos años?
Ausente en la desaparición de las salas de cine en el casco urbano y como
invitado de piedra en la programación cultural aludida anteriormente, que ha
sido gestionada por la Generalitat Valenciana. El Ayuntamiento, con el Partido
Popular a la cabeza, ha sido un outsider de la cultura de la ciudad en los
últimos años, sin planificación propia de eventos y nulo apoyo de la vida
cultural dinamizada por la ciudadanía, que ha asistido muda al abandono
institucional del municipio, a pesar de haberse sobrepuesto a esta falta de
planificación. Las iniciativas que van surgiendo se deben al esfuerzo de la
sociedad civil, que ha aprendido a tener que salir adelante sin apoyo
institucional, lo que no es intrínsecamente malo, pero sí ha conducido a que
las manifestaciones culturales de la ciudadanía se muevan en el albedrío y sin
dirección planificada para mejorar la vida de los ciudadanos.
Ardua tarea tiene la
oposición para salir de este agujero cultural en el que se encuentra Castellón.
Un trabajo posible y necesario, que deberían ir preparando y publicitando. La
cultura es un bien de primera necesidad para la convivencia y en una democracia
debe tener la flexibilidad suficiente para planificar que la sociedad se sienta
partícipe de ella. Pero planificar no es
dirigir, como suele ser tentación de la derecha conservadora, o dejar todo a la
suerte de la sociedad civil. En un Castellón posible, si no se toma la cultura
como instrumento esencial de desarrollo, se habrá fracaso, incluso si el resto
de factores superan la crisis. Podemos ser ricos y vivir en el bienestar, pero
burros y vulnerables si no somos cultos y caemos en el casticismo, la moralina,
el dirigismo y la pobreza cultural como sociedad.