Obra cumbre de la historia del cine y uno de los títulos que mejor refleja la confrontación entre el sentimiento amoroso y el netamente patriótico, el espíritu de Casablanca (Michael Curtiz, 1942) sigue más vivo que nunca en a los 70 años de su estreno. Confeccionada con el material con el que se tejen las obras eternas, inmortales, estamos ante un poderoso romance ambientado en la convulsa época de la Segunda Guerra Mundial cuyo título hace referencia a la ciudad portuaria marroquí donde los miembros de la Resistencia contra el régimen alemán se refugiaban intentando huir del nazismo; uno de estos miembros es Victor Laszlo (Paul Henreid), cuya mujer, Ilsa (Ingrid Bergman) mantuvo un romance en el pasado con Rick Blaine (Humphrey Bogart), el administrador del local nocturno más famoso de Casablanca, el Café de Rick. Ambos integran un triángulo amoroso marcado en todo momento, además de por su carácter imprevisible -realzado por ese antológico y subversivo final, desafiante a los cánones románticos de la época, auténtica apología del idealismo por encima de todo-, por una intensidad dramática de muchos kilates.