En la numerosa oleada de películas representativas de la comedia popular española de la década de los 50, 60 y 70, uno puede encontrarse de todo: desde vergonzantes títulos, hasta obras realmente destacables. Es el caso de Los tramposos (Pedro Lazaga, 1959), nítido ejemplo cinematográfico de plasmación de una época. Título emblemático y altamente visionario del cine español, esta indulgente comedia se sitúa muy superior a sus compañeras de generación. A pesar de la mala fama que arrastra este tipología de películas patrias encuadradas en la denominada picaresca, cabe decir que, si bien la lista de títulos olvidables es extensa, otros como Atraco a las 3 (José María Forqué, 1962), La Gran familia (Fernando Palacios, 1962) o la que hoy nos ocupa, son indispensables incluso para el más acérrimo detractor del cine español. Filmada por uno de los directores más prolíficos de nuestra historia -llegó a hacerse cargo de 7 películas en el mismo año-, Los tramposos, como la también recomendable Cuerda de presos (1956), se desmarcan de muchos de los títulos del irregular cineasta como Tres suecas para tres Rodríguez (1975), París bien vale una moza (1972) o Vente a ligar al oeste (1972), cintas recordadas por varias generaciones pero cuya calidad cinematográfica brilla por su ausencia.