. A partir de
aquí se puede discrepar sobre cuáles son las mejores medidas para llegar a ese
objetivo. Medidas que sin la menor duda tendrán mucho que ver con la ideología
que las alimentan. No supone el mismo beneficio para la ciudadanía el de una
política económica orientada al desarrollo del estado de bienestar, que el de
otra perdida en datos macroeconómicos, subidas y bajadas de la Bolsa, primas de
riesgo y cifras económicas que son un valor en sí mismo alejadas de los
problemas de los ciudadanos. La ideología tiene mucho que ver con los intereses
de las diferentes clases sociales. Ha sido así siempre y seguirá siendo por los
siglos de los siglos. Porque como muy escribió Carlos Marx, en su Manifiesto
Comunista: “La historia de todas las sociedades existentes hasta ahora es la
historia de la lucha de clases”. El conflicto social que genera la lucha de
clases es el principio fundamental que ha promovido los cambios sociales de los
últimos 5.000 años. Y cuando se ha tratado de anular el conflicto entre clases
el resultado ha sido la dictadura. Los europeos y latinoamericanos sabemos
mucho de eso, con un siglo XX trufado de dictaduras comunistas y fascistas.
El
éxito de la democracia es que consigue canalizar el conflicto generado por la
lucha de clases por caminos pacíficos de negociación y diálogo, y sobre todo, mediante
una distribución más equitativa de la riqueza y una política económica que debe
atender al crecimiento sostenible (ya no es posible entender el crecimiento en
las sociedades democráticas de otra manera), en igualdad de oportunidades,
reduciendo a la mínima expresión los márgenes de la pobreza y la exclusión
social. Y esto sólo se consigue con políticas de desarrollo del estado de
bienestar. Cuando estos parámetros fallan entramos en la oligarquización de la
economía y la política, aumentando, casi hasta el abismo, la separación entre
las oligarquías que controlan los medios de producción, comunicación y sus
finanzas, y la gran mayoría de la población que ve como su vida se empobrece.
Ni más ni menos lo que está sucediendo ahora en España y parte de Europa, por
la pérdida de poder del Estado, que debería ser el regulador de las relaciones
económicas y distribuidor de la riqueza, como ya reconoció Max Weber en su
libro “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” y después formulo en
términos de política económica John M. Keynes. El debilitamiento del Estado es,
en definitiva, la pérdida de poder de la sociedad frente a las oligarquías.
Oligarquías
que son las que vienen controlando desde hace años la política y la economía en
Castellón. El binomio entre dirigentes políticos y económicos ha funcionado a
la perfección desde que el Partido Popular llegó al gobierno de la ciudad, y
toda su política se puso al servicio de la clase social económicamente más
poderosa, descuidando, cuando no olvidando, al resto de la población que ha
visto como durante años, esa derecha gobernante, ha sido incapaz de planificar
la economía de la ciudad para el bien común, con bases sólidas y proyección de
futuro. El casi pleno empleo tan cacareado durante años, era un gigante con
pies de barro, sustentado en el clientelismo institucional, la corrupción, el
dinero negro, y los bajos salarios, que generaron en la sociedad una falsa
creencia de que Castellón era “El Dorado” nacional. Un Dorado para muchos que
hicieron su agosto bajo el paraguas de la derecha gobernante, a costa del
paulatino empobrecimiento de la sociedad, que cuando ha estallado la crisis ha
visto como ese castillo de naipes se ha derrumbado con un leve soplido, eso sí,
una vez que los amos del castillo lo habían abandonado.
El
balance económico de estos años en la ciudad de Castellón no puede ser peor:
una sociedad empobrecida, con miles de familias en la miseria o los aledaños de
ella; un paro galopante y destructivo del tejido social; un Ayuntamiento tan
endeudado que si fuera un particular ya lo habrían desahuciado; nula iniciativa
económica en sectores tan estratégicos como el turismo y la cerámica; falta de
diversificación industrial y productiva; abandono del Corredor Mediterráneo,
por estrategias partidistas y electorales del PP; ausencia de políticas que
promuevan el I+D+i, las nuevas tecnologías y economías de futuro; fracaso en la
búsqueda de nuevos yacimientos de empleo; desaprovechamiento de las sinergias
económicas de la universidad. Nada se ha hecho bien, y lo poco que se ha hecho
ha sido un desastre, como el aeropuerto, que no sólo ha convertido a Castellón
en el hazmerreir mundial, sino que ha supuesto una sangría de cientos de
millones de euros, que tardarán años en recuperarse, si es que algún día llega
ese momento, para nada.
En
el otro lado de la acera, la oposición más que un programa económico
solvente, creíble y cuantificado, lo que
ha venido teniendo estos años han sido ocurrencias, que tenían más que ver con
urgencias electorales, y nada han aportado al debate de la ciudad que se quiere
para el futuro. A pesar, y esto me consta, que ideas interesantes tienen, pero
o no las dejan salir a la luz, por la tan manida frase de “no es el momento”, o
han aparecido en sus programas electorales tan disimuladas e ignoradas por su
candidatos que es como si no existieran.
Sin
embargo Castellón tiene sinergias que bien aprovechadas puede dar fruto. Economía
sostenible, energías alternativas, turismo de calidad, industria diversificada,
logística de transportes, política de pymes y apoyo a las empresas que generen
puestos de trabajo, agricultura ecológica, apoyo municipal a la investigación y
la innovación, políticas de protección del pequeño comercio, fomento de
actividades económicas respetuosas con el medio ambiente, desarrollo de las
nuevas tecnologías… Sería bueno saber si el futuro económico de la ciudad pasa
por estos parámetros o por otro modelo de crecimiento. Sobre todo en estos
momentos en los que el modelo aplicado durante los pasados años por la derecha,
con el Partido Popular al frente, ha hecho aguas y ya no sirve para sacar
adelante la economía urbana. Una economía que debe tener siempre en el
horizonte el bienestar de sus ciudadanos y el respeto al medio ambiente. Lo
otro es seguir perpetuando el poder económico y político de las oligarquías
actuales y la desigualdad social.