Agradecido y sólido ejemplo cinematográfico sobre una de las culturas latinoamericanas menos conocidas en el terreno del séptimo arte, la uruguaya Whisky (Juan Pablo Rebella & Pablo Stoll, 2004) también podría ser el modelo de referencia para aquellas películas que se esfuerzan por transmitir más por las imágenes que por los propios diálogos; uno de los más nítidos paradigmas de la fuerza de las fotogramas verbalmente silenciosos y una nueva reivindicación de que el guión de una producción va mucho más allá de los mero diálogos. La pareja de directores, en colaboración con Gonzalo Delgado, nos ofrecen una lúcida crónica sobre la incomunicación y la soledad en la que, a pesar del trasfondo y peso argumental de estos factores, su principal foco de atención termina siendo los efectos demoledores de una rutina elevada a la máxima potencia. La pareja protagonista, Jacobo (Andrés Mazos), propietario de una humilde fábrica de calcetines, y Marta (Mirella Pascual), su ayudante, protagonizan una historia de soledades cruzadas pero, por encima de todo, de esclavitud hacia una vida en la que parecen estar por mero tránsito. No tienen aspiraciones ni la más mínima ilusión, no más sobresaltos que el sonido del despertador de cada nuevo amanecer.