Si, suena cómico, pero piénsenlo, engullimos el tiempo, no masticamos, nos falta calma y luego vienen las indigestiones.
En la gran ciudad todo se hace apresurado, el tiempo se nos atraganta pero nos esforzamos y pasa.
Si
comparamos el tiempo con la comida veremos que tenemos tiempo que
aporta energía, los hidratos de carbono, el que dedicamos al trabajo y
actividad saludable. También estarían las verduras, ese tiempo
ecológico, relajado que nos permite pasear y ver el verde, es un tiempo
con mucha fibra que nos ayuda a evacuar problemas y limpiar nuestra
mente. También estarían las carnes y pescados, nos dan las proteínas y
grasas animales, son las actividades que nos exigen presión y esfuerzo.
Además estarían los dulces, cargados de energía y sabor, aunque dañinos
en exceso, serian los edulcorados tiempos de ocio pasivo que nos
dedicamos a la tele, videojuegos… , al consumismo vacuo en su estado más
puro.
¿Que ocurriría si sólo concentráramos nuestra alimentación
en aquello que nos aporta energía y se come fácil? Pues que poco a poco
por exceso nos iríamos volviendo pesados y obesos, inflados por la fast
food.
Curiosamente cuando nos pasamos con el trabajo, algo en
principio saludable, y con las actividades que nos exigen esfuerzo,
caemos directamente en la necesidad de devorar el ocio envasado, esta
mezcla es explosiva y engorda nuestra mente, la hace lenta, plomiza.
Como atrapados en nuestro cuerpo, y este en un ciclo irrompible de
excesos.
Actualmente estamos siendo conscientes de que queremos
salir de engullir tiempo basura y darle más calidad, ponerle más fibra y
más verdura.
Como en la dieta mediterránea, lo importante no es
comer mucho de una sola cosa sino una alimentación variada. Un tiempo
rico, en todos los elementos sanos para la vida.
¡Ah! y démonos de vez en cuando tiempo para la digestión.