El vehículo 4 x 4 sube y
sube por una angosta carretera que no parece tener fin. Al término se divisa un
pequeño caserío enclavado en la cima de una colina entre campos verdes y
húmedos, fue parte de una antigua y gran hacienda que comprendía los puntos de
Huertas, Cuevas, Nazari, Pedernales, Santa Teresa y otros. El frío es intenso,
la llovizna y el viento golpean el rostro de los niños que despreocupados y
felices juegan en una cancha que no es cancha sino un pedregal, con una pelota
que más bien parece una bola con pelos. Un letrero casi invisible indica el
nombre de la escuela “Ricardo Muñoz Dávila”, que educa a unos 70 niños, con dos
maestros.
Hace
décadas eran lugares inaccesibles
Más allá de Hornillos parece
no existir nada, pero nos equivocamos, están otros caseríos todavía más lejanos:
Cebadas, Nazari y Mangán; hacia el sur está Pelincay, de la jurisdicción de
Pucará, y más todavía, los calientes que conducen a Pijilí, desde donde los
habitantes “piensan más de una vez” para salir en acémila a los centros
poblados de Shaglly y Santa Isabel, transportando sus productos luego de largas
horas de camino a lomo de mula y al final en camioneta. Mi amigo Víctor Vidal fue
hace décadas maestro por esos lares: “Entonces eran
lugares de difícil acceso, de paso, al igual que Escaleras y Huertas, con casas
de haciendas y muy pocos habitantes; si no tenías una buena mula, era imposible
para un citadino cualquiera”, manifiesta. Concordamos con aquello de que
“desde siempre las escuelas lejanas han estado
abandonadas, funcionando los 6 grados en una sola aula, un solo profesor, sin
centros de salud, ni siquiera cercanos, sin luz, sin agua, y algo mas grave
ahora, ya ningún docente quiere ir a esos rincones, a pesar de que el Estado ha
invertido en su preparación”.
El portal de la Federación
de Turismo Comunitario del Ecuador, dice: “Hasta el año 1949 existía la hacienda
Hornillos, que pertenecía a Gustavo Montesinos Chica, a su muerte la propiedad
quedó para sus herederos, quienes vendieron la parte que hoy es conocida como
Huertas. La población se sitúa en la parroquia Shaglli. En el siglo XIX y
principios del XX existía una huerta considerable de cascarilla o quina (para
fabricar la quinina y curar el paludismo o malaria) que se exportaba; en lo
posterior se le empezó a denominar “La huerta de cascarilla”, pero con el paso
del tiempo se simplificó a “La huerta” y finalmente quedó en “Huertas”.
Alejados
del mundanal ruido
Sin duda, la vida es dura en
Hornillos. Muy poco se acuerdan las autoridades de que existen allí alrededor
de 300 seres humanos y una veintena de niños pequeñitos de entre uno y cuatro
años de edad que requieren de atención urgente porque está en juego su futuro
si no se da una atención alimenticia y médica adecuada a su crucial momento. En
el saloncito de la antigua escuela que ahora es casa comunal, se han reunido
cerca de sesenta personas entre hombres, mujeres y niños con la curiosidad de
ver lo que les han llevado amigos de Santa Isabel: sin ser Navidad obsequian unas
funditas de galletas y caramelos para los niños, ropa usada pero limpia y en
perfectas condiciones, recolectada por las señoras Irene y Yolanda, esposas de
Guido y Pepe, y sobre todo para escuchar voces de esperanza y solidaridad en
este mundo convulso y absurdo en el cual unos viven bien y rodeados de todo,
mientras otros observan de lejos, aislados, apartados y ajenos al mundanal
ruido del siglo XXI.
El
agua se enfría solo en pocos metros
El centro comunal de
Hornillos no cuenta con más de unas 20 viviendas bajitas de adobe y bareque; se
lo identifica a la distancia por unos árboles de ciprés muy viejos; alguna
vez parece haber sido una especie de mirador para divisar los extensos campos
hacia el lado oriental y occidental. Los pobladores calzan botas de caucho, la
lluvia cae con fuerza que resuena en las casas cubiertas de cinc; el invierno
es despiadado, daña los caminos y la angosta ruta para vehículos pequeños,
cerrando todas las posibilidades de contacto con los principales centros
poblados. En ese caso, humean las casas por la comida incipiente que preparan
las mujeres en cocinas de leña y tulpas. Don Efrén Guamán, uno de los líderes, luce
una chompa del Deportivo Cuenca, sin que a ese equipo un poco morlaco lo haya
visto nunca, ni le interese verlo; acompañado de don Luis Peña se aproximan con
una botella de trago fuerte y agua de gañal, que sólo entre el paso de la
cocina y el momento de invitar una copa llega fría como recién sacada de
refrigerador. Los niños y niñas una vez concluido su ciclo escolar, se hacen
jóvenes y duros a la fuerza, no tienen para escoger sino el seguir en el
trabajo de campo que alimentó a sus mayores, y las chicas hacen lo propio o van
a los pueblos para el trabajo doméstico mal pagado. Juan (13) me cuenta que ya
ha concluido la escuela y quisiera estudiar, por lo menos en semi presencial,
pero no tiene ni el dinero ni tal posibilidad porque lo más cercano está en
Huertas, a una hora en camioneta, a dos horas en acémila o a tres horas caminando,
así sea “enderezando”, pero al menos conserva la esperanza, que es lo último
que muere.
Jugar
“cuarenta” y voley, o procrear niños.
Luis (30), con su esposa
(34) han procreado cinco hijos, hoy de doce años para abajo, unos bellos niños,
sonrientes, alegres, activos y ajenos a su futuro incierto. Por allá en el
salón que tiene una especie de escenario, cuatro ventanas, dos puertas bien
cerradas para que no entre el frío, un grupo de ocho personas juega “cuarenta”
apostando centavos, la única distracción posible porque la lluvia no permite salir
a jugar voley en una cancha que no lo es. ¿Cuánto se puede hacer por ellos?
Mucho. Esa misma sala, equipada con una pantalla y un proyector puede ofrecer
películas educativas, capacitación, enseñanza de bordados, hilados y tejidos
para mujeres, cuidado de los niños para las madres, asesoramiento para el
respeto de la naturaleza y animales en vías de extinción, en fin, puede hacerse
mucho, pero todavía no han llegado las iniciativas, peor la voluntad de ayudar
sin interés alguno. Allí está Hornillos, salió de la gran hacienda, pero no ha
progresado para una vida digna de sus habitantes; pisamos esa tierra hace 15
años, pero no ha adelantado nada, se ha quedado paralizada en el tiempo. Para
este caso y sin duda para otros, hoy las autoridades tienen la palabra.