14-N. Más que una huelga general

Hace cincuenta años la sociedad española vivía sumida en una depresión absoluta provocada por la dictadura de Franco y los sostenedores de ésta, que no eran otros que las capas más reaccionarias de la sociedad, que apoyaron el golpe de estado de 1939, para someter al país a la mayor de las desigualdades, con la proletarización, sin derechos laborales y sindicales, de la mayor parte de la sociedad, que colocaron al servicio de una reducida clase social afecta al Régimen de meapilas, militarista y esclavizante. Las condiciones de vida eran tan miserables y de supervivencia, para gran parte de la población, que la famosa frase de la época: “España empieza en los Pirineos”, era tan cierta, como la de “Spain is diferent”, con la que los dirigentes franquistas trataban de vender la marca turística de España en el extranjero. No era de extrañar, por tanto, que en Europa nos miraran como diferentes, más cómo un apéndice africano que como un país moderno y occidental. Sólo el interés estratégico de EE.UU., inmerso en la Guerra Fría, que veía a España como una gran base militar en el concierto de sus intereses en el Mediterráneo, hizo que se levantara el bloqueo a la dictadura y las remesas de inversión extranjera fluyeran aliviando la maltrecha economía del país. Pero además los cientos de miles de emigrantes que partieron al extranjero suavizaron el gravísimo problema del paro e hicieron que también entraran miles  de millones  de pesetas en divisas, que fueron una fuente de ingresos para el Régimen de primera magnitud, hasta tal punto que la emigración se convirtió en política de Estado. Al capital español le resultaba más rentable mandar trabajadores al extranjero que darles trabajo en España.

 

. Las condiciones de vida eran tan miserables y de supervivencia, para gran parte de la población, que la famosa frase de la época: “España empieza en los Pirineos”, era tan cierta, como la de “Spain is diferent”, con la que los dirigentes franquistas trataban de vender la marca turística de España en el extranjero. No era de extrañar, por tanto, que en Europa nos miraran como diferentes, más cómo un apéndice africano que como un país moderno y occidental. Sólo el interés estratégico de EE.UU., inmerso en la Guerra Fría, que veía a España como una gran base militar en el concierto de sus intereses en el Mediterráneo, hizo que se levantara el bloqueo a la dictadura y las remesas de inversión extranjera fluyeran aliviando la maltrecha economía del país. Pero además los cientos de miles de emigrantes que partieron al extranjero suavizaron el gravísimo problema del paro e hicieron que también entraran miles  de millones  de pesetas en divisas, que fueron una fuente de ingresos para el Régimen de primera magnitud, hasta tal punto que la emigración se convirtió en política de Estado. Al capital español le resultaba más rentable mandar trabajadores al extranjero que darles trabajo en España.
                El estado de bienestar era como la famosa y olorosa gamba que utilizaba El Buscón, (recomendable novela de Quevedo, para comprender en parte nuestra idiosincrasia nacional) que paseaba por encima de la olla cuando el agua cuando ésta estaba hirviendo, para dar aroma al caldo. Es decir, algo lejano, del que nos llegaba una ligera fragancia, sin que pudiéramos probarla nunca. Hasta que murió el Dictador y la democracia empezó a hacer sus primeros pinitos tomando como referencia a Europa. Queríamos ser como los europeos y disfrutar del estado de bienestar que ellos tenían. Y realmente, casi lo conseguimos, hasta que la derecha se reorganizó en torno a figuras muy reaccionarias, muchas de ellas herederas del franquismo. Una derecha, que agrupada en torno a José María Aznar, abrazó las tesis del pujante neoliberalismo que recorría el mundo, y se aplicó a la tarea de desmantelar el incipiente estado de bienestar que estábamos empezando a disfrutar. Como la etapa del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero no fue capaz, por omisión o por voluntad, de frenar el cuestionamiento del estado de bienestar, al llegar Mariano Rajoy al poder, lo único que ha tenido que hacer es continuar con la aniquilación que estaba ya en marcha, ahora con la coartada de la crisis.

                No nos debe extrañar pues que la sociedad española vaya camino de parecerse a la de  los años 60s, cuando la sanidad no era pública ni universal; la educación pública era un caos que sólo servía para adoctrinar, ensalzar la figura del Franco y evangelizar en las rancias doctrinas de una Iglesia que se parecía más a la de Felipe II que a la del Concilio Vaticano II; los derechos laborales recogidos en el Fuero del Trabajo eran un compendio de normas al servicio de patronos y empresarios, la gran mayoría afectos al franquismo; los salarios eran tan escasos que el pluriempleo estaba a la orden del día; la dependencia estaba en manos de la caridad; los derechos políticos eran inexistentes, penada su reivindicación con cárcel y/o sanciones administrativas o laborales; y la emigración era moneda de cambio para papilar el paro.

                Todos ellos son motivos suficientes, y alguno que por olvido o espacio se han quedado en el tintero de este artículo, para que la sociedad española se movilice en defensa de ese estado de bienestar que, aunque lejano todavía de los países europeos, ha podido construir en las últimas décadas un sociedad más justa, equilibrada, igualitaria y tolerante. Y no sólo para reclamar que no se nos quite lo que ya tenemos, sino para avanzar en su desarrollo, tan necesario para poder afrontar el futuro con garantías de equidad, justicia y calidad de vida.  Para ello es necesario que entremos en una segunda Transición hacia un sistema democrático que supere los desajustes que la democracia actual está teniendo, y para eso la movilización social debe alcanzar a la mayor cantidad de capas de la sociedad.

                El 14 de Noviembre se ha convocado una Huelga General que debería ser el principio del cambio. Pero la literalidad de las palabras “huelga general” debería ser superada por movilización ciudadana, para que toda la sociedad pueda participar en su conjunto de una forma u otra. Si dejamos caer el peso del éxito del 14-N en los trabajadores exclusivamente, será un fracaso, pero si se para la actividad el país, si todo aquel o aquella que tiene posibilidad de protestar, movilizarse o dejar de consumir se pone en marcha, el éxito estará asegurado.

                A la derecha gobernante y el poder en su globalidad no les da miedo una huelga general, instrumentos tienen para minimizarla en los medios de comunicación. Pero si la movilización es grande y alcanza a la conciencia colectiva del país, un ramalazo de temor empezará a recorrerles el cuerpo. Y no sólo al gobierno, sobre todo y más importante a la derecha que representa el Partido Popular, que está aplicando el mismo programa allá donde gobierna. Porque no estamos ante una política de gobierno, sino ante un programa de Partido y de clase echado en brazos del neoliberalismo más salvaje, para  retrotraernos a los años 60s, a ese tiempo de tonalidades grises para la mayoría de la población, en el que los de cerrado y sacristía, como cantaba Machado, vivían con la holgura que negaban a los demás.

 

UNETE



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