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TOKIO, JAPÓN.– Los sucesos del 11
de marzo de 2011 en Japón tienen diferentes lecturas. Por un lado está lo
obvio: ocurrió un desastre natural incontrolable para los seres humanos; un terremoto
de 9,0 grados en la escala de Richter y un tsunami que devastó la costa noreste
del país. Por otra parte, se desató una crisis nuclear que muchos, entre ellos
yo, se la atribuimos a la negligencia del gobierno japonés y la ambición de la
industria nucleoeléctrica nipona.Al respecto de
la tragedia se han publicado una gran cantidad de artículos con diferentes enfoques;
sobre las acciones del gobierno, de la sociedad civil, de la prensa local, de Tokyo
Electric Power (Tepco, la compañía operadora de la planta nucleoeléctrica dañada
en Fukushima) y de la comunidad internacional. Después de haber recorrido gran
parte de la zona afectada, incluyendo la prefectura de Fukushima, así como poblados
cercanos a las planta nuclear siniestrada, aquí mi lectura de los hechos; una
más entre las muchas.
La primera
impresión que uno tiene al llegar a los poblados golpeados por el tsunami en
Iwate y Mayagi es surrealista y desoladora: barcos partidos a la mitad posados sobre
los techos de las casas, autos aplastados como latas de refresco, árboles
arrancados de raíz, retratos de familia enlodados en el suelo, algunas personas
recolectando sus propiedades de entre los escombros, así como historias
desgarradoras por todos lados. Pero aquí también sucede algo extraordinario: una
impresionante labor humana –tanto de la sociedad civil como de las Fuerzas de
Autodefensa (FA)– de rescate, reconstrucción y atención a las víctimas.
Jeff Kingston,
director del Programa de Estudios Asiáticos en la Universidad de Temple, campus
Tokio, me dijo en entrevista que uno de los aciertos del Primer Ministro Naoto
Kan, fue desplazar de manera rápida y organizada a las FA; algo que, me comentó
el experto en historia del Japón Carlos Uscanga, no hizo el gobierno del
entonces Primer Ministro Tomoiichi Murayama en el terremoto de Kobe en 1995.
Pero lo que
más me ha impactado, y de igual forma a la mayoría de corresponsales con los que he conversado
aquí, es la extraordinaria respuesta y solidaridad de la sociedad civil. Tengo
que aclarar que antes de venir a Japón, tenía la hipótesis de que las víctimas
de la crisis nuclear, afectadas o no por la radiación, padecerían exclusión
social, como ocurrió con los sobrevivientes de las bombas atómicas en Hiroshima
y Nagasaki; un tema que he abordado en el pasado. También se ha hablado de un
supuesto rechazo de los japoneses a los extranjeros; recordemos que en 1995,
Japón se negó a recibir ayuda del exterior. Pero esta vez no ha ocurrido así. Yo
no he visto muestras de hostilidad de la sociedad, ni contra las víctimas de la
tragedia, ni contra los extranjeros que hemos estado en la zona afectada o en
Tokio.
He observado,
sí, enojo de algunos japoneses con aquellos que, tras la crisis, abandonaron el
país en lugar de ayudar de alguna manera. “Disfrutaban del país cuando todo
estaba bien y ahora que se requiere la ayuda de todos ellos se van, no es
justo”, me comentó una joven en Tokio. Desde mi punto de vista, quienes
partieron para proteger su integridad estaban en todo su derecho. No obstante,
este enojo no es un sentir generalizado ni se ha traducido en un mal trato a
los extranjeros por parte de los afectados.
En mi
experiencia, me ha sorprendido, y conmovido hondamente, que la gran mayoría de
las personas con las que me cruzado, incluso algunas en condiciones
verdaderamente devastadoras, y aún con las barreras del idioma, siempre se han
mostrado dispuestas a contribuir con mi trabajo de reportero.
En cuanto a la
sociedad civil, he visto que los albergues para damnificados (incluyendo los de
Fukushima) se mantienen impecablemente limpios, organizados y con alimentos,
gracias a una gran cantidad de voluntarios japoneses, provenientes de todo el
país, que además realizan arduos trabajos de reconstrucción en edificios y
casas en ruinas. Ni a mí, ni a muchos
de los corresponsales, nos queda duda: el pueblo japonés tiene un espíritu fuerte
y extremadamente solidario, lo cual acelera la recuperación.
El lado oscuro
de la tragedia está en la crisis nuclear. Por un lado, los reportes que Tepco
le ha entregado al gobierno han sido tardíos y poco claros: no especifican cómo
ni cuándo resolverán la fuga radioactiva. El gobierno, por su parte, ha fallado
en mantener informada a la población, y ha hecho una pésima labor en la
evacuación en las zonas de riesgo. Greenpeace ha reportado que hay poblados no
evacuados, como Iitate a 40
kilómetros de la planta nuclear Fukushima I, con altos niveles de radiación, lo
que, según los expertos, ocasionará un incremento en los casos de cáncer.
Aunado, el
caso de Fukushima reveló que la industria nucleoeléctrica en Japón está plagada
de irregularidades (Proceso 1794). Ahora se sabe que la planta siniestrada
no contaba con las medidas de seguridad necesarias, que el gobierno (muy
posiblemente por corrupción) no hizo su labor de inspección, y que expertos
como Katsuhito Ishibashi ya habían predicho el riesgo sin que nadie les hiciera
caso. Ishibashi, por cierto, también ha señalado que se espera un terremoto que
destruirá la planta nuclear de Hamaoka, localizada al centro del país. Resulta
ridículo que en el país con las zonas más sísmicas del mundo, existan 54
plantas nucleares (Proceso 1797).
Hay un
movimiento civil antinuclear que, si bien ha realizado protestas masivas, no es
sólido ni logra crecer por tres razones: por un lado ni el gobierno japonés ni
los medios locales le prestan atención, por otra parte, no hay en los japoneses
una cultura de participación en movimientos sociales, y por último, y esto
afecta el necesario alcance internacional, el mismo movimiento (integrado por
diversas organizaciones) no hace los esfuerzos suficientes para brindarle
información en inglés la prensa extranjera. No obstante, es esencial que este
movimiento perdure, se reorganice y cuente con el apoyo internacional, porque
de esto dependerá , en gran medida, el fin de las irregularidades en las
plantas nucleoeléctricas. Sólo con organización social se podrá evitar otra
tragedia nuclear, aquí o en cualquier otra parte del mundo.
¿Qué
pasa con el Primer Ministro Naoto
Kan? Algunos medios, los cuales por cierto no tienen corresponsales en Japón,
se han aventurado a decir que está a punto de salir. Los expertos en política
nipona no los ven así. Kan ya era considerado un cadáver político antes del 11
de marzo pasado; su popularidad estaba por los suelos, su renuncia era cuestión
de días.
No obstante, y
resulta una paradoja, la tragedia lo resucitó. Y es que si bien hay encuestas
que muestran el descontento por su torpe manejo de la crisis nuclear, y hay
voces muy fuertes que exigen su renuncia, como la de Sadakazu Tanigaki, líder
del opositor Partido Liberal Demócrata (PLD), o más beligerantes incluso, como
las demandas de Ichiro Ozawa, un poderoso político –de negra reputación– dentro
del mismo partido de Kan (Partido Democrático del Japón - PDJ), investigadores
como Carlos Uscanga (Universidad Nacional Autónoma de México), Jeff Kingston (Universidad de Temple, campus
Tokio), Shigeru Kochi (Universidad de Aoyama Daigakuin), coinciden en que de
momento Kan no puede dejar el poder porque esto generaría un vacío político que
afectaría la recuperación del país. A Kan le quedan pues, posiblemente unos
meses o año y medio, en los que tendrá un mayor margen de maniobra para sus
propuestas (como el incremento de los impuestos) del que tenía antes de la
tragedia.
Pero con o sin
Naoto Kan, los japoneses están hartos de los políticos y sus escándalos de
corrupción. La esperanza no está puesta en ellos –ellos, lo mimo del PLD que
del PDJ, quienes, a pesar de la tragedia, sólo piensan en arrebatarse el poder–
sino en la misma participación civil.
Concluyo
citando al catedrático norteamericano Donald Keene, experto en literatura
japonesa, el cual dijo al periódico The Daily Yomiuri (24 de abril de 2011):
“Seguramente Japón resucitará de la catástrofe para convertirse en un país más
espléndido de lo que ya era antes”. Tras ser testigo del admirable
comportamiento del pueblo japonés en medio de esta descomunal tragedia, yo no
puedo más que estar totalmente de acuerdo con Keene.