. El problema para la Iglesia viene cuando gays
y lesbianas reclaman esos derechos y sobre todo cuando algunos países como “la
católica” España se los reconoce.
Como en tantas
otras cosas de la vida, la Iglesia Católica queda desfasada en este asunto,
pero ella celoso guardián de los poderes civiles más reaccionarios no es
consciente de que los acontecimientos de la Historia la han desbordado y que el
papel de la familia como instrumento de represión social, que tanto ha
defendido, ya no sirve, al abrirse ésta a una variedad de opciones, en donde se
establecen relaciones de libertad, solidaridad y convivencia, dejando a un lado
el roll de célula de procreación, que tanto gusta a los próceres vaticanistas.
No tiene, pues, sentido entender que el acto sexual sólo es moralmente lícito
en el seno del matrimonio monógamo e indisoluble y por tanto prohibido a
cualquier otro manifestación que se de fuera de éste, y mucho más si encima ésta es de carácter
homosexual.
¿Pero
ha sido siempre así? Ciertamente no. La fuerte homofobia de la que hace gala la
Iglesia, no se vivió ni en Grecia, ni en Roma, ni tan siquiera los primeros
cristianos la tuvieron. En Roma por ejemplo las relaciones homosexuales eran
vistas con naturalidad, así Adriano pudo manifestar abiertamente su amor por el
joven Antinoo, al que llegó a convertir en deidad, y nadie se rasgó las vestiduras por ello.
Según
expone en su libro “Cristianismo tolerancia y homosexualidad” el profesor de la
Universidad de Chicago John Boswell, es a partir de siglo XII, cuando la peste,
la despoblación, la miseria y el hambre se extienden por Europa y una ola
creciente de intransigencia culpabiliza a las minorías de todas estas
penalidades, cuando la homofobia se generaliza. Judíos, herejes, homosexuales,
etc, pagan en sus carnes el preció de
una intolerancia que rápidamente encontró su coartada en la religión. Una vez
más la Iglesia se ponía al servicio del poder para la represión y el control de
las masas.
Esa
combinación de puritanismo/represión/control es la que empieza hoy a romperse
con un discurso viejo/nuevo sobre la ciudadanía y sus derechos y es
precisamente en la pérdida de ese control represor cuando en la Iglesia surge
la intolerancia hacia la homosexualidad con renovados bríos. Aunque al final lo
que triunfa es el amor y el que no lo quiera entender que lea estos versos que
Jaime Gil de Biedma escribe a su amado: Ven.
Salgamos fuera. La noche. Queda espacio/ arriba, más arriba, mucho más que las
luces/ que iluminan a ráfagas tus ojos agrandados./ Queda también silencio
entre nosotros,/ silencio/ y este beso igual que un túnel largo.